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lunes, 13 de agosto de 2007

EN LOS 500 AÑOS DEL DESCUBRIMIENTO: COLONES Y PINZONES DE LA MICROBIOLOGÍA


Rev Chil Infect Edición aniversario 2003; 18-20

WALTER LEDERMANN D.

En 1992 se han completado quinientos años de gloria para Cristóbal Colón. Pero… ¿toda para él y nada para los otros? Hubo predecesores, hubo quienes compartieron sus ideas y quienes lo orientaron y hasta lo acompañaron en su aventura. Al celebrar los cinco siglos del gran descubrimiento nos vienen a la mente situaciones similares, no en el campo geográfico, sino en el de nuestra especialidad médica. Parker y Leikind sostienen que, en este terreno, hay muchos que recolectan perlas (“cuentas” dicen ellos) y muy pocos que las ensartan para formar un collar. Recordando el 12 de octubre de 1492, preferimos hablar de Colones y de Pinzones, para referirnos a quienes hicieron los grandes descubrimientos o invenciones y a los que contribuyeron con sólo una perla al avance de la ciencia, respectivamente. Por ahora, a fin de no aburrir al lector, contentémonos con el terreno de la microbiología y con citar apenas algunos ejemplos escogidos. Roberto Koch fue, sin duda, un Colón. Sin embargo, como si todos sus hallazgos no bastaran a su gloria, suelen atribuírsele, ligeramente, algunos que no hizo. Entre ellos, el de los medios de cultivo sólidos, que permitieron un avance fabuloso de la microbiología, proporcionando un substrato para el fácil aislamiento e identificación de las distintas especies de un cultivo polimicrobiano. Aquí la lista de los Pinzones es extensa, comenzando por Bartolomeo Bizio, quien en 1823 describió, aunque erróneamente, la especie bacteriana de nombre más antiguo en la actualidad: Serratia marscecens. Para aislar el principio infeccioso que producía el prodigio de “la polenta sangrienta”, Bizio utilizó trozos de papa, que le permitieron ver cómo la colonia bacteriana –que él estimaba un hongo– enrojecía progresivamente y luego se marchitaba. Casi treinta años después, Ehrenberg lograría revivir la Serratia en un pedazo de carne seca, que inoculó en papa hervida y luego en rebanadas de pan y de queso. El gran avance vino con Colón… perdón, con Koch, quien, buscando una substancia con la cual solidificar sus caldos, dio con la gelatina. Koch tenía la visión genial de lo que significaría un medio sólido para el desarrollo de la bacteriología y buscaba directamente su camino a las Indias. Dio con el sendero equivocado, porque la gelatina se licuaba a los 35 grados de la estufa de cultivo, en tanto que algunas bacterias capaces de crecer a 22 grados, temperatura que permitía su solidificación, se la “comían” con sus enzimas proteolíticas.
En este momento aparecen los Pinzones, en este caso marido y mujer: el matrimonio Hesse. Walter Hesse fue un inquieto médico alemán, quien habiendo “hecho una pasadita” por laboratorio de Koch, quedó tan entusiasmado con la bacteriología que, de vuelta a casa, se puso a estudiar las bacterias que pululaban por el aire de su estudio. Frau Hesse, diligente y abnegada, se esforzaba en la cocina preparando los caldos para las bacterias y la sopa para su marido, con las necesarias diferencias culinarias. Escuchando como éste se quejaba de su incapacidad para aislar los minúsculos seres del aire, la señora recordó una vieja receta de su madre, que ésta había conocido por unos amigos holandeses que un tiempo vivieran en Java. Allí se usaba, en lugar de gelatina, el agar-agar (el alga japonesa Gelidium corneum) para hacer jaleas y embellecer entradas y postres, un producto que no se fundía a la temperatura bacteriológica de 35-37 grados.
- ¡Pero si lo has usado por años en tus postres! – exclamaría Walter Hesse.
- ¡Oh, mein liebe Mann –respondería ella, con esa graciosa inconsciencia femenina– …pero si nunca me preguntaste!
El Dr. Hesse quedó fascinado con el descubrimiento y se supone que, hacia fines de 1881, debe haber escrito al maestro al respecto, pues en 1882 el agar se menciona en la histórica comunicación de Koch a la Academia anunciando el descubrimiento del Mycobacterium. Sin duda ni Hesse ni Koch pensaron que este descubrimiento doméstico merecería autoría o reconocimiento para una simple ama de casa. Koch incorporó la nueva técnica como propia
y silenció el nombre de la señora Fanny Eilshemius. Parker y Leikind, citados al comienzo de este artículo, hicieron una investigación tenaz para rescatar este nombre del olvido y hasta obtuvieron una foto del matrimonio Hesse, que no podemos publicar sin su autorización. Fanny Eilshemius nació en New Jersey, EE.UU., en 1850, hija de un inmigrante alemán llegado en 1818. A los 24 años viajó a Europa y en Alemania conoció a quien sería su marido, por entonces médico del distrito de Schwartzenberg. Ya convertida en Frau Hesse, ayudó en el laboratorio al doctor e ilustró sus trabajos.
Olvidada e ignorada, Fanny Eilshemius falleció en 1934 y nos preguntamos, al igual que Parker y Leikind: ¿si descubrimientos e invenciones menores son recordados con el nombre de su autor, no sería justo que, en lugar de hablar de “agar corriente”, dijéramos “agar Frau Hesse”? Un descubrimiento menor que ha perpetuado el nombre de su autor es la “placa de Petri”. ¿Acaso el contenedor (la placa) es más importante que el contenido (el agar)? ¿Qué sabemos de Petri? Lo creíamos italiano, pero fue uno de tantos bacteriólogos alemanes de la época de oro de la bacteriología: Julius Richard Petri (1852-1921). Ignoramos sus otros aportes a la ciencia y no podemos saber si, como Kitasato, quedó marcado por una invención menor. Shibasaburo Kitasato (1852-1931) fue un distinguido bacteriólogo japonés que trabajó en Berlín con Ehrlich y Behring, publicando con este último el clásico trabajo sobre inmunización antitetánica. Fue también el primero en aislar el Clostridium tetani en cultivo puro y contribuyó a la producción de la antitoxina diftérica; una pirueta del destino quiso, empero, que el grueso de los microbiólogos lo recuerde sólo por un “acto menor”: el diseño de un matraz Erlenmayer con una salida lateral bajo el gollete, conocido como “matraz Kitasato”. Más afortunado, el francés Pierre Paul Emile Roux (1853-1933) fue todo un Colón en sus trabajos sobre la antitoxina diftérica y su memoria no necesita para nada la “placa de Roux”, una curiosa botella aplastada que se usa en la producción del toxoide. Olga G. Povitzky diseñó en 1929 una placa mucho más grande, que inmortalizó su nombre; conocemos la placa, pero ignoramos mayormente el resto de su aporte científico. Las placas de Roux y de Povitzky tienen un uso muy restringido en bacteriología, en tanto que un instrumento mucho más utilizado no conservó el nombre de su autor: el asa de platino o asa graduada para hacer recuento de colonias, diseñada por Walter Kruse (1864-1943), aquel bacteriólogo alemán que atestiguó contra Emmerich en el juicio del Gelsenkirchen.
¿Cómo calificar a Hans Christian Joachim Gram (1853-19389) sino como un Colón? Buscando una tinción que permitiera distinguir a las bacterias en biopsias de tejidos, descubrió todo un nuevo mundo, el método capital para diferenciar grandes grupos bacterianos por microscopia. En todos los textos clásicos encontramos apenas una mísera referencia: Gram, bacteriólogo danés… Pero… ¿quién fue este Gram y cómo llegó a su descubrimiento? Era un investigador cincuentón que trabajaba en el laboratorio del sabio alemán Carl Friedlander, el descubridor de la Klebsiella pneumoniae, hasta hace poco llamada “bacilo de Friedlander”. Investigando la etiología de la neumonía lobar, este autor creía haber encontrado al agente causal en este bacilo, ya visualizado ocho años antes por Klebs, pero fue públicamente refutado por Fraenkel en el Tercer Congreso de Medicina Interna, en Berlín, 1884, quien propuso al neumococo como el agente de die genuine Pneumonie. Esto dio comienzo a una ácida polémica. Hoy parece inconcebible, dice Robert Austrian, “la” autoridad mundial en neumococo, confundir esta bacteria con una Klebsiella, pero entonces… Gram aún nada había dicho. Friedlander había mencionado la técnica de su ayudante en una publicación de 1883, sin valorizarla ni saber que terminaría por dar la razón a su rival. Gram hizo su propia publicación el 15 de marzo de 1849, en la cual, entre otras cosas, analizó veinte cultivos aislados por Friedlander de casos fatales de neumonía lobar. Todos era capsulados y diecinueve de ellos retuvieron la coloración, mientras sólo uno se destiñó: este curioso coco (recordemos que la Klebsiella puede presentar formas muy cortas) era en realidad el único bacilo de Friedlander, en tanto que los otros diecinueve eran neumococos de Fraenkel. Sin embargo, pasó un año, en el que aparecieron los decisivos trabajos de Weichselbaum sobre la neumonía lobar, antes que Friedlander reconociera hidalgamente que estaba en un error, que la inmensa mayoría de las neumonías eran causadas por el neumococo de Fraenkel, que retenía la tinción de Gram, en tanto que sólo una minoría excepcional se debía a su propio bacilo, que no retenía el Gram. En los años siguientes la utilidad de la técnica se hizo evidente, hasta que en 1889, en la famosa serie de los Précis de …, que publicaba la editorial Mason et fils en París, en el de Microbiología se recomienda someter a todos los cultivos a la tinción de Gram, como primera orientación diagnóstica. Con este único aporte, Hans C. J. Gram entraba en la galería de los inmortales. De la misma manera lo hicieron Franz Ziehl (1857- 1926) y Friedrich Karl A. Neelsen (1854-1894) con su famosa tinción para la baciloscopia. No se pusieron de acuerdo, no hicieron publicación alguna al respecto y probablemente nunca se conocieron. Para colmo, su fama es equívoca, pues la tinción, en estricto rigor, es mérito de Paul Ehrlich. Koch teñía su bacilo con azul de metileno alcalino, seguido por la tinción de Bismarck, método que, de acuerdo a la insidiosa afirmación de Loeffler, el famoso sabio habría descubierto por accidente. Sin embargo, no era una tinción diferencial ni selectiva. El genial Ehrlich fundamentó su método en el carácter alcohol- ácido resistente del bacilo tuberculoso, utilizando ácido nítrico y coloreando con violeta de genciana o con fucsina, fortificadas por la presencia de anilina disuelta en agua. Paul Ehrlich comunicó su descubrimiento el 1 de mayo de 1882, fecha en que comienza la insólita historia de la “tinción de Ziehl-Neelsen”. Ziehl prácticamente no aportó nada, proponiendo tan sólo emplear ácido carbólico en lugar de anilina, alternativa que ya había manejado el propio Ehrlich. En cuanto a Neelsen, cambió la genciana por fucsina, también una alternativa del autor, y el ácido nítrico por sulfúrico, su única innovación real. Con justa razón, sabiendo que no habían hecho nada, ni Ziehl ni Neelsen osaron hacer publicación alguna: el nombre de la tinción, como hoy la conocemos, nació de una simple nota al pie de una página, en una publicación que Johne hiciera en 1885. ¡Jamás una eterna fama se edificó sobre bases más débiles! Muchos otros ejemplos podríamos agregar, pero la injusticia de este último nos ha dejado tan anonadados, que renunciamos, por el momento, a continuar.

Bibliografía

1.- Hitchens P, Leikind A M. The introduction of agaragar
into bacteriology. J Bacteriol 1939; 37: 485-93.
2.- Merlino C P. Bartolomeo Bizio’s letter to the most
eminent priest, angelo Bellani, concerning the
phenomenon of the red-colored polenta (translated
from the italian). J Bacteriol 1924; 9: 527-43.
3.- Gaughran E R. From superstition to science: the history
of a bacterium. Trans N Y Acad Sci 1969; 31: 3-24.
4.- Koch R. La etiología de la tuberculosis y otros trabajos.
Ed. Universitaria, Buenos Aires 1965; 49-86.
5.- Behring E A von, Kitasato S. Uber die tetanusimmunizazione.
Deutsch Med Wschr 1890; 16: 11-3.
6.- Povitzky O G. On the toxin production by Corynebacterium
diphtheriae. J Immunol 1929; 16: 421-8.
7.- Howard-Jones N. Gelsenkirchen typhoid epidemic of
1901, and the dead hand of Max von Pettenkofer. Br
Med J 1973; 103-5.
8.- Austrian R. The Gram stain and the etiology of lobar
pneumonia, an historical note. Bacteriol Rev 1960;
24: 261-5.
9.- Gram H C. Uber die isolierte Farbung der Schizomycetes
in Schnitt und Trocken praparaten. Fortscher
Med 1884; 2 (6): 185-9.
10.- Thoint L H, Masselin E J. Précis de microbiologia. G
Mason et fils, Paris 1889; 148.
11.- Johne A. Die Geschichte der tuberkulose. Fortschr Med
1883; 3: 198-200.

jueves, 9 de agosto de 2007

ARCHAEA AND OTHER EXTREMISTS TYPES OF ARCHAEA



Microbes World BETA


There are three main types of archaea: the crenarchaeota, which are characterized by their ability to tolerate extremes in temperature and acidity. The euryarchaeota, which include methane-producers and salt-lovers; and the korarchaeota, a catch-all group for archaeans about which very little is known. Among these three main types of archaea are some subtypes, which include:

Methanogens archaeans that produce methane gas as a waste product of their "digestion," or process of making energy.
Halophiles those archaeans that live in salty environments.
Thermophiles the archaeans that live at extremely hot temperatures.
Psychrophiles those that live at unusually cold temperatures.

ARCHAEA OF NOTE

Archaeoglobus fulgidus is a sulfur-reducer that can sour oil wells.

Halobacteria are salt-loving microbes that give a pink tinge to salt water evaporation ponds, the Dead Sea and salted fish.

Pyrolobus fumarii led scientists to extend the upper temperature limit for life to 113 degrees Celsius (235.4 degrees Fahrenheit).

Pyrococcus furiosis is the source of an extra-stable enzyme that can endure many cycles in the process of PCR, the method behind gene sequencing and DNA fingerprinting.

Sulfolobus acidocaldarius is used to leach copper and iron from ore.

Archaea look and act a lot like bacteria. So much so that until the late 1970s, scientists assumed they were a kind of “weird” bacteria.
Then microbiologist Carl Woese devised an ingenious method of comparing genetic information showing that they could not rightly be called bacteria at all. Their genetic recipe is too different.
So different Woese decided they deserved their own special branch on the great family tree of life, a branch he dubbed the Archaea.

HOW THEY ARE DIFFERENT

Although many archaea have tough outer cell walls, these walls contain different kinds of amino acids and sugars than those found in bacteria. Archaeal cell membranes also are chemically distinct from bacterial membranes with differing lipid structures and chemical links. This means that drugs that slow or kill bacteria by interfering with their ability to produce certain key proteins have no effect on archaea.

The archaea very much resemble bacteria, so much so that they were once thought to be a weird group of bacteria. However, by studying archaeal cells on a molecular level, scientists have now come to think that these "weird bacteria" actually are a separate category of life altogether. In fact, in some ways, archaea are more like you than they are like bacteria!

CLASSIFICATION

Archaeans are single-celled creatures that join bacteria to make up a category of life called the Prokaryotes. Prokaryotes' genetic material, or DNA, is not enclosed in a central cellular compartment called the nucleus. Bacteria and archaea are the only prokaryotes. All other life forms are Eukaryotes, creatures whose cells have nuclei. (Note: viruses are not considered true cells, so they don't fit into either of these categories.)

However, while archaeans resemble bacteria and have some genes that are similar to bacterial genes, they also contain other genes that are more like what you'd find in eukaryotes. Furthermore, they have some genes that aren't like any found in anything else.
For more details about the differences between bacteria and archaea.


EARLY ORIGINS

Archaeans are among the earliest forms of life that appeared on Earth billions of years ago. It’s now generally believed that the archaea and bacteria developed separately from a common ancestor nearly 4 billion years ago. Millions of years later, the ancestors of today's eukaryotes split off from the archaea. So historically, archaeans are more closely related to us than they are to bacteria.

LAS BACTERIAS INVENTARON INTERNET






Los verdaderos dueños del copyright de Internet son las bacterias. Una interesante reflexión sobre la relación entre la naturaleza y la tecnología.


cpolino@ricyt.edu.ar


Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior


"Las bacterias tienen que ganarse la vida"Carl Sagan, Cosmos


Los verdaderos dueños del copyright de Internet son las bacterias. Y esto es así aunque ningún funcionario o tecnócrata se haya tomado la molestia de reconocerlo públicamente, y pese a que ninguna bacteria se lleve a sus bolsillos los miles de millones de dólares que la red de redes genera.
Vaya al fondo de su casa y recoja un poco de tierra en una cuchara. Encontrará millones y más millones de bacterias. Una bacteria es un organismo de una sola célula sin núcleo. Se calcula que hay más de diez mil especies de ellas esparcidas por todo el mundo. De hecho, las bacterias son las verdaderas dueñas del planeta. Su sola presencia, distribuida a lo largo y a lo ancho de los continentes, ridiculiza a cualquier otra especie animal o vegetal. Los mares, las montañas, el fondo de las cavernas, así como nuestro cuerpo y también el cordón de la vereda, están teñidos de estos organismos. ¿Un dato abrumador no apto para cardíacos? En la cabeza de un alfiler caben 10 millones de bacterias. Ante tamaña evidencia, los incrédulos se vuelven conversos.
HISTORIA BACTERIANA
Las bacterias, que lo cubren todo, ostentan un raro privilegio. Cualquier relato que narre la historia de la vida en la Tierra debe comenzar por el decisivo trabajo de las bacterias para crear las condiciones iniciales de la existencia de los seres vivos. A partir de su lenta irrupción, hace 3.500 millones de años, las células bacterianas, dividiéndose y dividiéndose una y otra vez, exhalaron el oxígeno necesario para transformar poco a poco la inhóspita atmósfera terrestre en un lugar habitable. El mundo cambió radicalmente gracias a la acción constante de un manto de billones y billones de diminutas bacterias que tenían apenas unas pocas milésimas de milímetro de diámetro.
BACTERIAS AL MICROSCOPIO
El profundo valor de las bacterias en la historia del planeta se comprende categóricamente utilizando una analogía de Richard Dawkins tomada del libro Destejiendo el arco iris. Ciencia, ilusión y deseo de asombro: "extienda el lector completamente los brazos para abarcar toda la evolución desde su origen (en la punta de los dedos de la mano izquierda) hasta la actualidad (en la punta de los dedos de la mano derecha). En todo el trecho que va desde la mano izquierda hasta bien pasado el hombro derecho, la vida no consiste en otra cosa que bacterias. La vida pluricelular e invertebrada surge en algún punto en torno al codo derecho del lector." Suficiente, ¿no?
Esto indica que cuando aparecieron sobre la faz de la Tierra los primeros organismos multicelulares, hace unos 700 millones de años, las bacterias tenían un reino establecido desde hacía alrededor de 2.800 millones de años. No es de extrañar, por lo tanto, que su longevidad y distribución verdaderamente planetaria esté ligada a mecanismos complejos y extremadamente eficaces de reproducción y, por ende, de perpetuación de sus diferentes especies.
DERECHOS DE AUTOR
Internet es una mega red mundial de computadoras interconectadas a tiempo completo. Y, como todos imaginan, esto sirve para muchas cosas. Pero, básicamente, para enviar y recibir información, que está codificada en paquetes llamados bits. Esta capacidad de recibir y procesar información, y de disponer de ella en cualquier momento, y desde cualquier computadora esté en el lugar del mundo que esté, hace que Internet sea de una utilidad enorme. Pero, en verdad, este mecanismo horizontal de transferencia de información es increíblemente antiguo. Sí, adivinó, lo inventaron las bacterias.
Las bacterias son capaces de reproducirse a una velocidad asombrosa. Se estima que hay especies que en veinte minutos podrían generar miles de millones de organismos individuales a partir de una sola célula original. La mutación, como camino evolutivo, es, por supuesto, eficaz para la reproducción bacteriana. Sin embargo, en el transcurso de millones de años, las bacterias fueron capaces de diseñar otro mecanismo aún más potente: como Internet, una red de redes de escala planetaria.
A diferencia de un perro, un delfín, una rosa, o el ser humano, la información genética de las bacterias se puede transferir de una especie a otra. Es decir, una bacteria puede utilizar genes que provienen de otro linaje diferente al suyo y realizar así funciones que tal vez con sus propios genes no podría hacer. La proliferación bacteriana, por lo tanto, no depende exclusivamente de la reproducción tradicional en otras especies: de padres a hijos. También es producto de un intercambio masivo de genes de manera horizontal entre bacterias de distintas especies. La diversidad metabólica de las bacterias es absolutamente excepcional. Y esta capacidad fue la que generó un banco de datos (como lo es también Internet) genético que está disponible para todas las bacterias independientemente de cual sea su especie y el lugar donde vivan.
Dado que la historia geológica de las bacterias es larguísima, son las especies que mayor tiempo tuvieron para adaptarse al frío y al calor, al agua y al suelo firme. Si a esto se le suma la enorme capacidad de traspaso horizontal de material genético, que las hace más resistentes a los cambios del medio ambiente que, por ejemplo, cualquier otra especie; y si también se considera la resistencia que tienen contra los fármacos (muchas consiguen, por ejemplo, burlar los antibióticos), como resultado de esta combinación, se entiende claramente por qué las bacterias están en condiciones de superar tiempos de crisis del medio ambiente en pocos años, mientras que otros organismos tardarían miles. Los biólogos creen que en gran medida esto se debe a esa intrincada red de comunicaciones que tienen en funcionamiento desde tiempos inmemoriales.
POLÍTICA BACTERIANA
El traspaso de material genético de una bacteria a otra que no sea de su especie es, por lo tanto, un proceso rutinario, rápido y eficaz. Las bacterias llevan millones de años con una continuidad prodigiosa utilizando este mecanismo de transporte y almacenamiento de la información vital para la vida. Toda una política coherente de desarrollo y perpetuación.
Si tenemos en cuenta que Internet nació hace apenas cuarenta años (en los ´60), a raíz de las investigaciones que derivaron de la política de seguridad nuclear de la Agencia de Defensa (Darpa) del Pentágono en Estados Unidos, es justo reconocer que, una vez más, la originalidad del hombre, lejos de ser tal, es una elegante y sofisticada copia -pero copia al fin. Y con el pequeño agregado de que, seguramente, cuando las bacterias inventaron una red de redes no estaban pensando en la amenaza soviética. Como en la metáfora de Richard Fortey, prefirieron ser los primeros músicos en ejecutar una "larga obertura" en la evolución sinfónica de la vida en la Tierra, antes de dar paso "al primer coro completo" de organismos más complejos. El reino de la vida pertenece a las bacterias.

miércoles, 1 de agosto de 2007

PITÁGORAS, ALEJANDRO, RAFAEL Y LA SERRATIA MARCESCENS




Rev Chil Infect Edición aniversario 2003; 71-73

WALTER LEDERMANN D.

Es difícil que otra bacteria pueda exhibir una historia tan plena de accidentes dramáticos ni tan ligada a la tontería humana como Serratia marcescens. Descrita (con gruesos errores) y denominada así por Bartolomeo Bizio en 1823, en la época pre-pasteuriana, el nombre ha persistido a través del tiempo, hasta convertirse en el más antiguo de los binomiales actualmente aceptados por los comités internacionales de taxonomía bacteriana. Su singularidad, causa de toda su romántica historia, descansa en la capacidad de algunas cepas para producir un pigmento rojo, tan sangriento y sorprendente, que ha merecido el nombre de prodigiosina. Este pigmento, desarrollado en alimentos farináceos, en los cuales la bacteria crece con facilidad, ha sido confundido con sangre y, como la estupidez humana es infinita, ha terminado casi siempre por generar torrentes de la verdadera.
Ferdinand Cohn, uno de los padres de la microbiología, ha querido remontar la historia de Serratia marcescens hasta el siglo IV a.C., basándose en algunas creencias de Pitágoras expuestas en la obra satírica Vitarium auctio, del dramaturgo griego Luciano de Samosata (170 d.C.). Bien pudo Cohn ir más atrás en el tiempo, pues Pitágoras vivió en el siglo VI a.C., ya que la primera noticia cierta de su vida dice que en el 530 a.C. abandonó su isla natal de Samos, escapando a la tiranía de Polícrates, para establecerse en Crotón, al sur de Italia. Conocido por la posteridad como geómetra y matemático, en vida el propio Pitágoras se consideró filósofo y propició una forma de vida que lo ubica entre los primeros ecologistas, oponiéndose a matar animales y a comer su carne. De acuerdo a los escritos del emperador Empédocles, quien parece haber compartido los ideales pitagóricos, el derramamiento de sangre constituía el pecado original: quien lo cometiere, vería su alma exiliada del cuerpo y condenada a vagar en un mundo de formas mortales, en sucesivas reencarnaciones, hasta que a su vez alguien le diera muerte sangrienta, así liberándola.
Lo curioso -y lo que termina por relacionar al filósofo con la bacteria- es que el maestro prohibía a sus discípulos y seguidores no sólo comer carne, estándoles también vedado comer porotos. Pitágoras no dejó escritos que explicaran esta singular prohibición y Cohn, que rastreó las menciones de ésta desde Diógenes (siglo IV a.C.) hasta Porfirio (siglo V d.C.), no encontró interpretación alguna que fuese válida.
En la mencionada Vitarium auctio, Luciano pone en boca de un pitagórico la siguiente explicación: "Hierve uno (un poroto) y éxponlo a la luz de la luna por un adecuado número de noches y tendrás sangre". Asume Cohn que, en alguna circunstancia, vio Pitágoras la roja putrefacción de un poroto y creyó que sangraba, incluyéndolo ipso facto entre los alimentos prohibidos. El filósofo obró así en forma precipitada y lo mismo pudo haber hecho el bacteriólogo al imputar sin más el enrojecimiento a Serratia. En nuestra modesta búsqueda encontramos, en una antigua edición de Bergey's otra posibilidad: "Pseudomonas beijerinckii, Hof 1935... insoluble purple pigment". Se menciona como fuente de aislamiento "seis cepas aisladas de porotos preservados con sal", señalándose, al definir su hábitat normal, que "causa decoloración púrpura de porotos salados". Cocidos, dice el personaje de Luciano. Es lógico pensar que Pitágoras vio más de una vez enrojecer a los porotos y, si fue un hecho frecuente, es también lógico pensar que mayores fueron las probabilidades para Pseudomonas beijerinckii, patógeno natural del poroto, que para Serratia marcescens, una oportunista más propia de los alimentos farináceos, como ya veremos. Ahora bien, la sinonimia existente entre porotos y habichuelas, ha inducido a confusión y en algunos textos se sostiene que la prohibición de Pitágoras se refería a las habas y no a los porotos. Así ocurre en la Botánica Oculta del catalán Juan Perucho, quien - con su habitual desenfado - se burla del filósofo y lo hace perecer a manos de unos asaltantes por evitar, en su huida, pisar un campo de maléficas habas: "estos enigmáticos seres con sangre".
No debe sorprender que se ligue con tanta ligereza a este gran matemático con la Serratia, pues a lo largo de siglos su figura ha estado relacionada a una serie de prodigios: dícese que tenía un muslo de oro legítimo, que dio conferencias simultáneas en dos distintos lugares geográficos, que era una encarnación del dios Apolo y, para los primeros cristianos, un intermediario entre Moisés y Platón. Nosotros preferimos recordarlo por su teorema, la música de las esferas y la Serratia marcescens, olvidándonos de la magia.
Es difícil separar, en las antiguas descripciones, la verdad de la fantasía, y casi imposible establecer la hipotética participación de Serratia marcescens y de su pigmento en la gran mayoría de los prodigios registrados a través de los tiempos. De los más convincentes, el más antiguo se refiere al sitio de Tiro por Alejandro Magno, en el año 332 a.C., magistralmente relatado por el historiador Quinto Curcio Rufo en su Historia de Alejandro. Tiro, una isla separada del continente por "un brazo de mar de cuatro estadios" (unos ochocientos metros), convenientemente fortificada y con muros en acantilado, era inexpugnable. En esa confianza, los tirios negaron, con irónica cortesía, la entrada al conquistador, quien pretendía hacer un sacrificio en el templo de Hércules. No pudiendo dominar su ira, Alejandro les dijo: "...porque habitáis en una isla, menospreciáis este ejército de tierra, pero en breve os demostraré que vivís en un continente".
Esta oscura amenaza hizo sonreír a los isleños. Alejandro había concebido - y no demoró en ponerla en práctica - la fabulosa idea de construir un muelle hasta la isla, titánica obra de ingeniería militar en que consumió siete meses y numerosas vidas, segadas por los continuos ataques "comando" de las veloces naves tirias. En una ocasión, un brulote lanzado desde la isla quemó el muelle, destruyéndolo; los macedonios insistieron, improvisando otro con sus navíos, atados de dos en dos por la proa, pero el viento los dispersó y fue necesario emprender la construcción de uno nuevo. Alejandro estaba trémulo de rabia por este imprevisto retraso frente a una ciudad insignificante; había enviado heraldos de paz y éstos asesinados por los tirios; el tiempo transcurría y sólo su orgullo le impedía levantar el sitio y reconocer su fracaso. Numerosos augurios alentaban a uno y otro bando, pero dos presagios de sangre vinieron en ayuda del hijo de Filipo: en Tiro, bajo las llamas de una fragua, se hicieron visibles riachuelos de sangre, que dieron tanta confianza a los isleños como para descuidar sus defensas, en tanto que en el campamento macedonio...
¡Apareció la Serratia! Dice Curcio Rufo que " unos soldados, en el momento de cortar unas rebanadas de pan, vieron brotar unas gotas de sangre; el rey se asustó y Aristandro, el más entendido de los adivinos, declaró, que si la sangre se hubiera vertido por la parte de afuera hubiera sido un mal presagio, pero, por el contrario, puesto que fluía de la parte de adentro, anunciaba la pérdida de la ciudad".
Cuánto influyó en el ánimo y en el triunfo final este prodigio, nadie puede decirlo, pero la ciudad cayó. Después de una afortunada victoria naval, en que destruyó a la flota tiria, Alejandro " con gran valor subió a la torre más alta, aunque con más grande peligro ya que, vistiendo todas las insignias de la realeza y por el fulgor de sus armas, era entre todos el mejor blanco de los disparos. Entonces hizo cosas dignas de contemplarse..." (Es decir, una matanza).
Si la Serratia efectivamente contaminó el pan y si este hecho, ocurrido al parecer al inicio del sitio, fue decisivo en el resultado de la contienda, la prodigiosina hizo correr mucha sangre. Y, ciertamente, fluyó entonces de adentro: "Alejandro ordena que a todos les sea aplicada la pena de muerte y que se prenda fuego a todas las casas. Publicadas estas órdenes por los pregoneros, nadie que estuviera armado se resignó con pedir ayuda a los dioses". Seis mil tirios fueron inmolados dentro de las murallas y dos mil crucificados a guisa de escarmiento, calculándose en treinta mil los que fueron vendidos como esclavos. Tiro quedó en ruinas. El episodio aparece confirmado por otro historiador, el griego Diodoros Siculus, dos siglos después de Rufo: "los pedazos de pan partido tenían apariencia sangrienta".
A mediados del siglo diecinueve, Christian Ehrenberg revisó todas las posibles participaciones de esta bacteria (que pretendió llamar Monas prodigiosa en 1849, desconociendo a Bizio) en milagros de panes y hostias sangrantes. Remontándose a leyendas hebreas y mahometanas, llegó a citar más de cincuenta episodios milagrosos, algunos de cuales pudieron realmente corresponder a causa microbiana. De ellos mencionaremos el de Bolsena, pues fue decisivo en la celebración de la fiesta de Corpus Christi.
Aunque la celebración del sacramento de la Eucaristía estaba aprobada por el Concilio de Roma en 1709, en el 1264 aun existían dudas al respecto. El Papa Urbano IV vacilaba en hacerla extensiva a toda la Iglesia, cuando un milagro vino a decidirlo. El Papa y su corte pasaban el verano en Civitavechia, en la zona costera del norte de Roma, y había autorizado la celebración de Corpus en una iglesia que estaba a pocas millas, en el lago Bolsena. Durante la ceremonia y al momento de bendecir los elementos de la comunión, el sacerdote, quien pasaba por una crisis de fe, vio como desde la hostia goteaba sangre, que manchaba su hábito. Atemorizado, quiso ocultar la evidencia plegando el hábito, pero más sangre apareció en la hostia. El milagro hizo que Urbano emitiese una bula papal -Transiturus de hoc mundo- ese mismo año, decretando Corpus Christi como una fiesta para toda la Iglesia Católica y generadora de muchas indulgencias. El hábito ensangrentado se exhibió hasta tiempos muy recientes en Civitavechia.
En 1508, el célebre Rafael aceptó el patrocinio del Papa Julio II y comenzó a decorar los aposentos del Vaticano. Su primer trabajo fue la oficina del Papa, la llamada stanza della signatura y de ahí pasó a la "cámara de Eliodoro", donde pintó el fresco conocido como "El milagro o La misa de Bolsena", donde se ve la hostia goteando sangre. Ehrenberg pretendió negar el milagro y atribuir el suceso a la prodigiosina : como este pigmento permanece en la colonia y no chorrea, y como no se encontró otra explicación física, nos declaramos de acuerdo con Urbano y Rafael y lo consideramos milagroso.
Distinto es el caso ocurrido en la iglesia de Wilsnack, Alemania, en el año 1383, que tiene un gran interés bacteriológico. El sacerdote dejó sobre el altar tres hostias consagradas, destinadas a los enfermos; luego de ocho días y tras una lluviosa noche, las hostias, que estaban secas en medio de un altar húmedo, comenzaron a ensangrentarse, fenómeno que fue progresando en los días sucesivos. Para tranquilizar a la horrorizada población, el obispo de Havelberg vino a decir misa. Dudoso de las hostias rojas, trajo una de su ciudad, poniéndola sobre tela del altar "entre las otras tres". Aunque consagrada, también ésta terminó por enrojecer. La humedad, el tiempo transcurrido, el progresivo aumento de la pigmentación, la transmisión a la nueva hostia, todo parece avalar la presencia de Serratia marcescens. Pero el milagro quedó establecido, los peregrinos llegaron por millares y se sucedieron las curaciones milagrosas. Nada dura: los luteranos llegaron al poder en 1535, destruyeron el receptáculo que contenía los restos de las hostias milagrosas y quemaron su contenido. Al cabo de algunas décadas todos los peregrinos habían desaparecido y Wilsnack estaba despoblada.
Extraordinaria bacteria. Más de quinientos años antes de su descubrimiento, ya se había relacionado con Pitágoras, Alejandro y Rafael. También se relacionó, indirectamente, con Shakespeare en una oportunidad. Pero lo contaremos en otra ocasión, cuando queramos relatar toda la historia de este microbio, que recién empieza en 1819, con Bartolomeo Bizio y la curiosa historia de "la polenta sangrienta".
Bibliografía
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