Autor: Christian TRIGOSO
Para las culturas precolombinas que habitaban nuestra geografía las enfermedades se hallaban asociadas con la posesión por un espíritu demoníaco, de tal forma que para lograr la curación era necesario eliminar este cuerpo extraño. Ocasión en la que se realizaban ceremonias de carácter mágico religioso; en los casos de lesiones externas la observación había permitido definir métodos de tratamiento en los que la situación mágica cedía su paso a la practica básicamente herbolaria.
Nombres como hahuari, supay, machala, lari – lari, anchancho y auke servían para denominar a estos espíritus malignos (dependiendo también de la región).
La idea de la propagación de las enfermedades era conocida pues una vez fallecido el enfermo se procedía al pichara (pichay = limpiar), es decir a limpiar la habitación y la ropa del finado; este hecho nos demuestra que el concepto de contagio ya se hallaba arraigado en nuestras culturas. Inclusive se individualizaron algunas entidades infecciosas, tal es el caso de la sífilis que era conocida como huanti. Es más, con referencia al paludismo (chucchu) obligó a nuestros pueblos a reconocer las epidemias y designarlas con el nombre de marka – usu y los focos de epidemias con el nombre de llacta – ccolloy.
En el periodo de la colonia poco o nada se hizo con referencia a las enfermedades que reinaron en nuestra geografía; el “mal de minas”, el paludismo, la sífilis, el tifus, la peste bubónica y la viruela campearon en esta época; se conocía a la tifoidea o al tifus con el nombre de chavalongo, tabardillo pintado a la misma enfermedad con exantema, y garrotillo a la difteria.
Los Ulloa describieron la situación de la siguiente forma: “las enfermedades más frecuentes que en ella se conocen (alturas) con las constipaciones, efectos de pecho, pleuresias y reumatismos y las fiebres intermitentes en las partes bajas. El asma, que le llaman ahoguidos, se cura cambiando el aire. El uso inmoderado de las bebidas alcohólicas y el mal venéreo en el Alto Perú debilitan la naturaleza. Las lombrices que se curaban con el zumo de la hierba llamada hedionda, las viruelas, el arrojar sangre por la boca, eran enfermedades de las alturas y el pasmo de las partes bajas. La pleuresía se curaba con el hígado de zorrillo. En algunos climas calidos se conocía el mal de San Lázaro y la culebrilla, esta última se creía ser importada por lo negros de África”.
En los inicios de la época republicana se mantuvo invariable esta distribución de las enfermedades, llegándose a extremos insoportables, así pues Nicolás Ortiz afirmó que; en una epidemia de viruela (1888) en Sucre, se produjeron 2000 defunciones, en 3815 atacados de este mal”.
En 1832 la ciudad de La Paz fue también azotada por una epidemia de viruela.
En el caso del paludismo, tan generalizado se hallaba este mal que todos terminaron por creer que esta era una enfermedad irremediable y que tarde o temprano todos habrían de ser sus victimas.
El 24 de diciembre de 1889, a través de un decreto del Dr. Aniceto Arce se establece un nuevo estatuto de enseñanza donde además de la distribución de las disciplinas para siete años de estudio en la Carrera de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés, se incluye en el contenido de cuarto año a la bacteriología.
Para las culturas precolombinas que habitaban nuestra geografía las enfermedades se hallaban asociadas con la posesión por un espíritu demoníaco, de tal forma que para lograr la curación era necesario eliminar este cuerpo extraño. Ocasión en la que se realizaban ceremonias de carácter mágico religioso; en los casos de lesiones externas la observación había permitido definir métodos de tratamiento en los que la situación mágica cedía su paso a la practica básicamente herbolaria.
Nombres como hahuari, supay, machala, lari – lari, anchancho y auke servían para denominar a estos espíritus malignos (dependiendo también de la región).
La idea de la propagación de las enfermedades era conocida pues una vez fallecido el enfermo se procedía al pichara (pichay = limpiar), es decir a limpiar la habitación y la ropa del finado; este hecho nos demuestra que el concepto de contagio ya se hallaba arraigado en nuestras culturas. Inclusive se individualizaron algunas entidades infecciosas, tal es el caso de la sífilis que era conocida como huanti. Es más, con referencia al paludismo (chucchu) obligó a nuestros pueblos a reconocer las epidemias y designarlas con el nombre de marka – usu y los focos de epidemias con el nombre de llacta – ccolloy.
En el periodo de la colonia poco o nada se hizo con referencia a las enfermedades que reinaron en nuestra geografía; el “mal de minas”, el paludismo, la sífilis, el tifus, la peste bubónica y la viruela campearon en esta época; se conocía a la tifoidea o al tifus con el nombre de chavalongo, tabardillo pintado a la misma enfermedad con exantema, y garrotillo a la difteria.
Los Ulloa describieron la situación de la siguiente forma: “las enfermedades más frecuentes que en ella se conocen (alturas) con las constipaciones, efectos de pecho, pleuresias y reumatismos y las fiebres intermitentes en las partes bajas. El asma, que le llaman ahoguidos, se cura cambiando el aire. El uso inmoderado de las bebidas alcohólicas y el mal venéreo en el Alto Perú debilitan la naturaleza. Las lombrices que se curaban con el zumo de la hierba llamada hedionda, las viruelas, el arrojar sangre por la boca, eran enfermedades de las alturas y el pasmo de las partes bajas. La pleuresía se curaba con el hígado de zorrillo. En algunos climas calidos se conocía el mal de San Lázaro y la culebrilla, esta última se creía ser importada por lo negros de África”.
En los inicios de la época republicana se mantuvo invariable esta distribución de las enfermedades, llegándose a extremos insoportables, así pues Nicolás Ortiz afirmó que; en una epidemia de viruela (1888) en Sucre, se produjeron 2000 defunciones, en 3815 atacados de este mal”.
En 1832 la ciudad de La Paz fue también azotada por una epidemia de viruela.
En el caso del paludismo, tan generalizado se hallaba este mal que todos terminaron por creer que esta era una enfermedad irremediable y que tarde o temprano todos habrían de ser sus victimas.
El 24 de diciembre de 1889, a través de un decreto del Dr. Aniceto Arce se establece un nuevo estatuto de enseñanza donde además de la distribución de las disciplinas para siete años de estudio en la Carrera de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés, se incluye en el contenido de cuarto año a la bacteriología.