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jueves, 9 de junio de 2016

PERTINENCIA, EQUIDAD Y CALIDAD EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR

Ac. Dr. Christian TRIGOSO AGUDO
Profesor Emérito de Microbiología – UMSA
Miembro de Número de la Academia Boliviana de Medicina

Desempeñar tareas educativas en pleno siglo XXI es más que nunca un impresionante reto, habida cuenta de que estamos atravesando un tiempo nuevo, una nueva era en todos los órdenes dado que – por fin – la reivindicación de los derechos humanos se ha convertido en una constante que alumbra los albores de esta nueva etapa en la historia de la humanidad; y es que en principio la pertinencia se ha convertido en el norte de la educación superior pues sin esta cualidad no sería posible orientar el fenómeno enseñanza-aprendizaje de un colectivo estudiantil que dejó de ser pasivo para convertirse cada día en sujeto y objeto de un proceso de transformación donde la pertinencia delas currículas, de los modelos y de los sistemas deben imprescindiblemente inscribirse en las necesidades de un mundo cada día más globalizado pero a la vez más obligado a la introspección de las propias necesidades, buscando un conocimiento que permita resolver provocando conflicto en el orden establecido de manera que se pueda pasar de un modelo meramente enciclopedista a otro contestatario con la sociedad y sus demandas.
La equidad es todavía algo que no ha logrado internalizarse en las costumbres, los modos de vida y el imaginario colectivo; fundamentalmente porque la discriminación sigue agazapada en cada acto que se ejecuta dentro de las sociedades alcanzando su máxima representación en los sistemas de educación superior habida cuenta de que las diferencias de género impiden que las mujeres dejen de pasar por los filtros sexistas de un modelo que está convencido de que el sexo es una necesidad comprensible, perdonable y atendible en los varones, desencadenando una ola de abusos e irrespetos que concluyen con la denigración del propio ser humano. Lamentablemente esta escalada de irracionalidad no termina aquí pues se adiciona el criterio ampliamente difundido de que las mujeres sólo deberían servir para las tareas domésticas, condenándolas a un sub mundo en el que sus obligaciones van de la mano del reconocimiento societario; añádase el hecho de que las propias universidades se desenvuelven en un terreno en el que las mujeres sólo deberían estudiar algunas carreras profesionales comúnmente designadas para ellas, atendiendo al manido argumento de que otras carreras más duras imponen sacrificios y visiones sólo compartidas por los varones, en conclusión no hemos roto todavía las cadenas de la inequidad, aspecto que enlentece el desarrollo integral del país.
En cuanto a la calidad, pese a que vivimos en medio de poderosos imperativos de calidad que incluso obligan a que usuarios y proveedores se adhieran a los mismos, en los hechos todavía no hemos podido convertir este concepto en una forma de vida y por lo tanto no hemos podido aún desplegarla en su totalidad en la educación superior, seguimos atados a viejos preceptos que ignoran esta cualidad y pensamos que la calidad se circunscribe a la disciplina militarizada y a la obediencia ciega, castrando cualquier mecanismo de discusión y disenso, subordinamos lo intelectual a lo disciplinario, intentando convencernos que la docencia es omnisapiente, construyendo de esta forma dogmas que por su propia naturaleza van en contra de lo científico y racional. Deberemos avanzar todavía por rutas escabrosas antes de terminar de entender que la calidad es una decisión de vida y que esta sólo puede ser tomada libre pero conscientemente. Menos mal que respondemos a una sociedad que paulatinamente está comprendiendo su rol fiscalizador de tal forma que tarde o temprano deberemos asumir estos retos, caso contrario nos extinguiremos irremediablemente.