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jueves, 18 de octubre de 2007

CATÁSTROFE CÓSMICA Y ARMAGGEDON


Autores: Mark Blade y Martín Griffiths de la Universidad de Glamorgan en el Reino Unido. Ambos son miembros del Grupo de Comunicación de Ciencia Astrobiológica de la NASA. Apareció originalmente en las actas de la conferencia “Apocalypse 2000” y ha sido publicado en la revista Explorer del Instituto SETI, del segundo cuarto del 2005, Vol. 2 núm. 2 siendo el Editor de dicha revista el astrónomo Seth Shostak
Imagen cortesía de © David A Hardy/ http://www.astroart.org/
La ciencia moderna ha tenido conocimiento ya por algún tiempo que la Tierra es bombardeada continuamente por una lluvia celestial de escombros cósmicos. La mayor parte se trata de polvo fino o de objetos mayores cuya mayoría se consume allá arriba en la atmósfera y son de pocas consecuencias para el medio ambiente terrestre. Pero ocasionalmente, algunos objetos mayores sobreviven el viaje a través de la atmósfera, encontrando su paso para caer finalmente al suelo y esos son conocidos como meteoritos.

Los asteroides gigantes y los cometas representan un peligro para todo el planeta; un peligro que está siendo tomado con mucha seriedad gracias a la evidencia apocalíptica de los registros sobre los fósiles. Cada par de años semejantes meteoritos causan daños: producen agujeros en casas, o se llevan el parabrisas de un coche como sucedió en Queens, Nueva York. ¡Bueno no solamente en el caso de este coche que fue reportado! Los meteoritos también han llegado a ocasionar la muerte de un perro; en el año 1911 cerca del pueblo de Nakhla en Egipto, un meteorito Marciano ocasionó la única muerte conocida de un perro provocada por un objeto cósmico. Semejantes eventos merecen una publicación en las noticias solo por su rareza esotérica. Aún así, lo que es preocupante acerca de esta lluvia cósmica es que la distribución de este material meteorítico no puede ser partido en pedazos y a diferencia de otros peligros terrestres naturales, una colisión con un objeto grande procedente del espacio exterior puede llegar a tener consecuencias extremas para nuestro planeta. Las estimaciones indican que cada pocos 100,000 años más o menos, los impactadores como cometas o asteroides de más de 1600 metros de diámetro golpean la Tierra con consecuencias serias globales para el medio ambiente. Las investigaciones también muestran que cada 100 millones de años o algo similar, un objeto cósmico de entre 8 y 16 kilómetros de diámetro, impacta con consecuencias tan terribles que la gran mayoría de las especies quedan en peligro de extinción. Es muy factible que un objeto aún mayor, quizá de unos 40 kilómetros de diámetro o más, golpeará a nuestro planeta durante el período de vida de nuestro Sol con la posibilidad de esterilizar la superficie de nuestro planeta. Este descubrimiento astronómico ha generado un programa algo retrasado, pero no por ello menos bienvenido, denominado “Vigilancia del Espacio” (Spacewatch en inglés), que pretende dar una prioridad de aviso de cualquier objeto que se acerque a una distancia de peligro de la Tierra. El escenario destructor concebido como resultado de tales impactos le ha otorgado una mayor importancia contemporánea a las palabras Apocalipsis y Armageddon. La catástrofe cósmica que se proyecta es de proporciones bíblicas y se diferencia de todos los demás desastres naturales en dos maneras: 1-Las consecuencias potenciales de un impacto grande exceden a cualquier otro peligro natural o creado por el hombre (incluida la guerra nuclear) 2-La probabilidad de un impacto grande dentro de una escala de tiempo políticamente relevante (digamos, durante nuestras vidas) es extremadamente pequeña pero no se encuentra fuera de las posibilidades de que llegase a ocurrir. Por lo mismo, el peligro del impacto es una perspectiva que se mantiene ahí como la última consecuencia de un peligro con pocas probabilidades pero que podría conducirnos a Armageddon. Sin embargo, tratar de predecir semejante catástrofe no es fácil y las predicciones incurren en varios riesgos conjuntos. De acuerdo con los astrónomos del proyecto “Spacewatch” (Vigilancia del Espacio): “...este peligro se está desarrollando a partir de uno que era casi desconocido hace dos décadas (entonces un impacto serio definitivamente no podría haberse pronosticado) a uno en el cual el 75% del riesgo podría, dentro de dos décadas, ser pronosticado tan exactamente que las medidas atenuantes dentro de nuestras capacidades tecnológicas podrían ser aplicadas con un alto grado de efectividad. Para el otro 25%, el pronóstico sería quizá demasiado tarde para montar algo más que medidas de contrarresto o podría suceder un evento totalmente inesperado o un “Acto de Dios” (como suele decirse) si un cometa llegase a aparecer de repente desde la dirección del Sol, de ahí que dejaría pocas posibilidades ya que estaría invisible a todas las técnicas de observación aquí en la Tierra”. (Historia del peligro de un Impacto de Asteroide / Cometa, Clark R. Chapman, 1998) Predecir a Armageddon es más que generar una serie de hechos y cifras; involucra una preocupación genuina basada sobre evidencias de impactos recientes. A pesar de que los astrónomos y los corredores de seguros utilizan el término “Actos de Dios”, una catástrofe de este tipo es simplemente un peligro por el solo hecho de vivir en un sistema planetario. Se sabe de un variado número de impactos conocidos en el último siglo. El primer impacto fue en Siberia, en un lugar conocido como Tunguska, en Junio del 1908. El segundo fue en Brasil en 1930. Afortunadamente, ambas áreas estaban despobladas y ni un solo ser humano falleció. Pero las consecuencias podrían haber sido muy diferentes y el peligro habría llamado la atención del público con mucha mayor anticipación si estos impactos hubiesen destruido un pueblo o una ciudad. Ahora que la amenaza de los Objetos Cercanos a la Tierra esta a plena luz, se está dando una mayor atención a los programas astronómicos que investigan estos peligros procedentes del espacio. Los astrónomos son capaces ahora de contradecir el contenido de ciertos medios que asustan como fue el caso de la proclamación de la posibilidad de un “casi choque” con la Tierra de un asteroide de casi dos kilómetros de ancho, pronosticado para el año 2028 y cuyos reportes iniciales sugerían varias posibilidades de un impacto real. Esto generó noticias de primera plana en Marzo de 1998. Desde que estos encabezados aparecieron, se produjeron dos películas taquilleras de ciencia-ficción, Deep Impact y Armageddon, que se presentaron en el verano del 1998, ayudando a elevar el perfil de este tipo de peligro, especialmente entre políticos y el populacho. El programa Spacewatch es ya hoy en día una participación muy importante en la detección de impactos. Aunque hoy en día nuestra tecnología sobre telescopios podría proporcionar predicciones más precisas respecto de donde se encuentra en el espacio un posible cuerpo de impacto, no pueden decirnos en que parte de la Tierra podría caer. También existen dudas respecto de estos pronósticos, al igual que las hay respecto de los pronósticos del tiempo, de los huracanes, tornados, calentamiento global, el agujero de ozono y el Niño – no podemos predecir resultados por adelantado y todo lo que nos queda son modelos de escenarios de la peor de las situaciones. El calentamiento global y la destrucción de la capa de ozono son problemas “invisibles” en el aspecto de que la gente ignora el efecto furtivo en el medio ambiente; detectar a un asteroide y conocer su subsiguiente impacto sería un problema totalmente “visible” que alzaría preguntas de cómo se preparan las instituciones, el gobierno, la sociedad y los políticos para reaccionar ante tal predicción de semejante desastre. Aún así, los astrónomos no pretenden ser como el niño de la fábula de Esopo que gritaba que venía el lobo y jugaba causando temores e incertidumbres, como avisar si algún objeto pasará cerca, pero no causará mayor peligro. Hacer esto sería perder credibilidad ante los ojos de todos y es preferible estar atentos y sólo informar cuando verdaderamente llegase a suceder algo que amerite ser tomado seriamente a los más altos niveles públicos y del gobierno. Saliéndose del camino ¿Qué podría hacerse respecto de un impacto inminente? Según David Morrison del Centro de Investigaciones Ames de la NASA, una vez que sepamos que puede ocurrir un evento de impacto, podríamos tratar de desviar al objeto de su curso de colisión con la Tierra. Esto podría lograrse con un arma de carga nuclear, que podría desviar al objeto ligeramente de su trayectoria si el misil es enviado con suficiente tiempo de antelación, meses o aún años antes de que llegase a ocurrir el evento de impacto. Hoy en día no existe un vehículo de mísiles capaz de elevarse con una carga de cabeza nuclear para llegar al espacio profundo, además de que es posible que no sea desarrollado debido a su alto costo y en vista del bajo riesgo de que semejante hecho ocurra. La otra alternativa para un caso de estos involucraría destruir al posible objeto en su totalidad. Dependiendo del tamaño del objeto que se acercase, una cabeza nuclear de alta capacidad sería suficiente para lograr esto. El problema del envío y la sincronización de las explosiones aún tiene que superarse y son muy pocos los científicos preocupados por ofrecer situaciones alternas. Los asteroides gigantes y los cometas representan un peligro para todo el planeta; un peligro que ya hoy en día está siendo tomado muy seriamente debido a la evidencia apocalíptica que nos indican los registros de los fósiles. Se cree que un objeto de aproximadamente 9 o 10 kilómetros de diámetro que impactó la Tierra, fue un factor contribuyente en la extinción de los dinosaurios hace unos 65 millones de años. La evidencia esencial, descubierta por el fallecido físico Luis Álvarez y su hijo Walter, un geólogo, es una capa del elemento iridio depositada en una roca sedimentaria en Gubbio, Italia, alrededor de la época en que los reptiles gigantes desaparecieron. El Iridio es un elemento muy raro en la superficie de la Tierra, pero mucho más común en los asteroides. Si un pedazo enorme de roca del espacio golpeó al planeta, teorizó el equipo de los Álvarez, debió desintegrarse en gran parte, repartiendo una capa de polvo rica en iridio y otros escombros por todo el mundo que pudo durar muchos meses. Privadas de la luz solar por esta versión natural de un invierno nuclear, las plantas y los animales que se alimentaban de ellas. Habrían muerto en grandes cantidades. Y cuando finalmente el polvo se depositó, el iridio que contenía habría formado una capa como la que encontraron los Álvarez. Arma humeante Desde que publicaron sus descubrimientos en 1980, un equipo de geólogos, paleontólogos, astrónomos y físicos han estado buscando evidencias más detalladas, incluido un cráter de edad similar a la extinción de los dinosaurios, que podría haber sido el “arma humeante” de semejante impacto. El cráter fue descubierto, eventualmente por Glen Penfield, un geólogo que trabajaba para PEMEX, la compañía Mexicana petrolera que se encontraba perforando pozos en la península de Yucatán. Lo que Penfield descubrió, fue un gran y viejo cráter de 65 millones de años y de 192 kilómetros de diámetro. Conocido en la actualidad como el Cráter Chicxulub, Penfield descubrió este ancestral sitio del impacto utilizando instrumentos que perciben anomalías gravitatorias y magnéticas. Un estudio a profundidad de varias características geológicas a través del hemisferio occidental ha revelado los tremendos detalles del impacto. La fuerza de la colisión hizo llover, inicialmente, rocas derretidas y escombros por todo el mundo, los cuales re-entraron a la atmósfera y se calentaron a unas temperaturas de 260 a 480ºC, matando a la mayoría de la vida animal en el lapso de horas o días. La vida de plantas y pequeñas criaturas que pudo haber sobrevivido al impacto inicial murió a medida que los minerales vaporizados y lanzados a la atmósfera superior tardaron meses y hasta años en volverse a sedimentar, creando un invierno permanente que sumergió todo el ecosistema en un congelamiento del cual muy pocas especies pudieron surgir. Los dinosaurios nunca tuvieron su oportunidad. Muchos astrónomos minimizan la amenaza de semejantes eventos y estadísticamente están en lo correcto. De acuerdo con David Morrison tenemos una oportunidad en 20,000 de que semejante evento ocurra durante nuestras vidas y a medida que nuestra capacidad tecnológica crece para descubrir y manejar semejantes situaciones, así mismo aumentan las posibilidades de evitar este tipo de Apocalipsis. Sin embargo, el debate científico actual respecto a proteger a la Tierra de semejantes impactos es el último punto dentro de la larga y violenta historia de nuestro planeta. Morrison recomienda que simplemente continuemos con nuestras vidas diarias con la aceptación fatídica y la aceptación de semejantes hechos. Conclusión Tenemos que aceptar la naturaleza apocalíptica de algunos eventos que le han sucedido a la Tierra en tiempos pasados y que podrían amenazarnos en el futuro. A medida que esta amenaza se percibe, el ser humano está en la encrucijada de su evolución. Por primera vez en la historia, una especie ha surgido en este planeta que tiene la capacidad tecnológica para poder postergar esta amenaza y aún eliminarla de la conciencia colectiva. Si esto es así, entonces la Tierra continuará su paso en la historia de la vida y quizá el Apocalipsis vendrá por medidas imprevistas mientras continua la evolución humana. Sin embargo, semejante forma de Apocalipsis apenas y sí sería catastrófica, pero solo ocasionaría cambios mínimos por espacios cortos de tiempo. Cualquiera que sea el caso, Apocalipsis y catastrofismo en sus diferentes maneras, serán siempre una parte del estudio cosmológico y astronómico ya que generan esperanzas respecto del mundo universal que habitamos. En el análisis final, continuamos estando inspirados y asombrados por los procesos físicos que forman nuestro universo y nos damos cuenta, a pesar de nuestra propia auto-importancia que nos hemos dado, de que solo somos una parte muy pequeña del cosmos que interactúa con la humanidad de manera que los ancestros nunca hubiesen imaginado.