La situación es diferente en los países en desarrollo
por Heidi Worley
Pero las mismas conductas en los países en desarrollo son de especial preocupación. En dichos países, la expedición de licencias y la reglamentación de los fármacos puede ser menos estricta, y la disponibilidad sin receta alguna de medicamentos de baja calidad (de deficiente formulación o fabricación, o bien falsificadas o vencidos) es más frecuente.
La variación en la calidad de los medicamentos (especialmente en países de ingreso medio y bajo) también incrementa la resistencia a los antimicrobianos. Si bien la mayoría de los países tienen una entidad reguladora de medicamentos y requisitos formales para su registro, la tercera parte de los estados miembros de la OMS no disponen de dicha entidad o tienen una capacidad de reglamentación limitada en el mercado de los fármacos.
En evaluaciones recientes realizadas por la OMS, entre el 50% y el 90% de las muestras de medicamentos contra la malaria no pasaron pruebas de control de calidad, y más de la mitad de los antiretrovirales evaluados no cumplían con las normas internacionales(10). La falsificación de medicamentos es una industria mundial de US$32.000 millones y se estima que es responsable del 25% de todos los antibióticos que se venden en los países en desarrollo(11).
Asimismo, en la mayoría de los países en desarrollo pueden obtenerse fácilmente, sin receta alguna, agentes antimicrobianos en las farmacias o de vendedores en la calle. Esta amplia disponibilidad de medicamentos de poca calidad en contextos de bajos recursos significa que los consumidores pueden tomar medicamentos en una variedad de formas indebidas.
Las prácticas de sanidad de los países en desarrollo también contribuyen a la propagación de la resistencia a los antimicrobianos. En algunas culturas se piensa que los antimicrobianos que se administran por inyección (lo que hace que la resistencia se extienda más rápidamente) son más eficaces que los de ingestión oral; y la práctica de recetar "para estar seguros" es mayor cuando no está claro el diagnóstico, o el facultativo que expide la receta desconoce la forma idónea de diagnóstico, o no tiene oportunidad para dar seguimiento al paciente, todo lo cual es común en contextos de bajo ingreso.
La práctica de recetar indebidamente puede deberse tanto a la deficiente capacitación de los proveedores del servicio, como al alto costo de los medicamentos. Muchos de los pobres no pueden pagar el tratamiento recomendado para su enfermedad particular(12). Las deficientes instalaciones de laboratorio también contribuyen a la resistencia a los antimicrobianos, porque muchos laboratorios en los países en desarrollo no están equipados para detectar con precisión las cepas de microbios fármaco resistentes.
Todos estos factores dan lugar a un problema de resistencia a los antimicrobianos con un cariz diferente en los países en desarrollo. Por ejemplo, la gonorrea resistente a la penicilina es menor en los países de alto ingreso, mientras existe mayor prevalencia entre los países de ingreso medio y bajo.
Consecuencias de la resistencia a los antimicrobianos
Las consecuencias de no poder controlar los microbios fármaco resistentes son serias:
Los infectados con una cepa fármaco resistente puede que sufran la enfermedad por más tiempo, con períodos más largos de infección, por lo que existe mayor exposición de los demás a la cepa fármaco resistente. Por ejemplo, mientras que la tuberculosis sensible a medicamentos puede curarse en seis meses, la cepa fármaco resistente requiere extensa quimioterapia por hasta dos años(13).
El costo se eleva, por la atención médica prolongada, y los pacientes corren mayor riesgo de muerte por fallo del tratamiento. La mortalidad por malaria fármaco resistente, por ejemplo, aumenta hasta entre 15% y 20%, comparado con un 1% cuando se dispone de medicamentos efectivos contra una cepa no resistente al tratamiento(14).
Cuando los medicamentos de primera opción fallan, los de segunda y tercera opción suelen ser más caros y más tóxicos. Los que se utilizan para tratar la tuberculosis multiresistente pueden costar hasta 300 veces más que el tratamiento tradicional (es decir US$15.000 en vez de $US50)(15). El costo puede resultar tan excesivo que los proveedores de hecho no pueden tratar algunas enfermedades infecciosas.
Por desgracia hay pocos medicamentos nuevos en el horizonte. Sólo se ha desarrollado una clase nueva de antibióticos desde 1970(16). Además se tarda entre 10 y 20 años en sacar un nuevo medicamento al mercado, a un costo promedio de US$500 millones(17); pero las iniciativas recientes para elevar el financiamiento de los antimaláricos (Medicines for Malaria Venture) , los medicamentos contra la tuberculosis (Global TB Drug Facility) y los antiretrovirales (The Global Fund to Fight AIDS, Tuberculosis, and Malaria) contribuirán al desarrollo de los medicamentos necesarios para combatir estas enfermedades infecciosas y las cepas resistentes que han surgido en las mismas.
Pero las mismas conductas en los países en desarrollo son de especial preocupación. En dichos países, la expedición de licencias y la reglamentación de los fármacos puede ser menos estricta, y la disponibilidad sin receta alguna de medicamentos de baja calidad (de deficiente formulación o fabricación, o bien falsificadas o vencidos) es más frecuente.
La variación en la calidad de los medicamentos (especialmente en países de ingreso medio y bajo) también incrementa la resistencia a los antimicrobianos. Si bien la mayoría de los países tienen una entidad reguladora de medicamentos y requisitos formales para su registro, la tercera parte de los estados miembros de la OMS no disponen de dicha entidad o tienen una capacidad de reglamentación limitada en el mercado de los fármacos.
En evaluaciones recientes realizadas por la OMS, entre el 50% y el 90% de las muestras de medicamentos contra la malaria no pasaron pruebas de control de calidad, y más de la mitad de los antiretrovirales evaluados no cumplían con las normas internacionales(10). La falsificación de medicamentos es una industria mundial de US$32.000 millones y se estima que es responsable del 25% de todos los antibióticos que se venden en los países en desarrollo(11).
Asimismo, en la mayoría de los países en desarrollo pueden obtenerse fácilmente, sin receta alguna, agentes antimicrobianos en las farmacias o de vendedores en la calle. Esta amplia disponibilidad de medicamentos de poca calidad en contextos de bajos recursos significa que los consumidores pueden tomar medicamentos en una variedad de formas indebidas.
Las prácticas de sanidad de los países en desarrollo también contribuyen a la propagación de la resistencia a los antimicrobianos. En algunas culturas se piensa que los antimicrobianos que se administran por inyección (lo que hace que la resistencia se extienda más rápidamente) son más eficaces que los de ingestión oral; y la práctica de recetar "para estar seguros" es mayor cuando no está claro el diagnóstico, o el facultativo que expide la receta desconoce la forma idónea de diagnóstico, o no tiene oportunidad para dar seguimiento al paciente, todo lo cual es común en contextos de bajo ingreso.
La práctica de recetar indebidamente puede deberse tanto a la deficiente capacitación de los proveedores del servicio, como al alto costo de los medicamentos. Muchos de los pobres no pueden pagar el tratamiento recomendado para su enfermedad particular(12). Las deficientes instalaciones de laboratorio también contribuyen a la resistencia a los antimicrobianos, porque muchos laboratorios en los países en desarrollo no están equipados para detectar con precisión las cepas de microbios fármaco resistentes.
Todos estos factores dan lugar a un problema de resistencia a los antimicrobianos con un cariz diferente en los países en desarrollo. Por ejemplo, la gonorrea resistente a la penicilina es menor en los países de alto ingreso, mientras existe mayor prevalencia entre los países de ingreso medio y bajo.
Consecuencias de la resistencia a los antimicrobianos
Las consecuencias de no poder controlar los microbios fármaco resistentes son serias:
Los infectados con una cepa fármaco resistente puede que sufran la enfermedad por más tiempo, con períodos más largos de infección, por lo que existe mayor exposición de los demás a la cepa fármaco resistente. Por ejemplo, mientras que la tuberculosis sensible a medicamentos puede curarse en seis meses, la cepa fármaco resistente requiere extensa quimioterapia por hasta dos años(13).
El costo se eleva, por la atención médica prolongada, y los pacientes corren mayor riesgo de muerte por fallo del tratamiento. La mortalidad por malaria fármaco resistente, por ejemplo, aumenta hasta entre 15% y 20%, comparado con un 1% cuando se dispone de medicamentos efectivos contra una cepa no resistente al tratamiento(14).
Cuando los medicamentos de primera opción fallan, los de segunda y tercera opción suelen ser más caros y más tóxicos. Los que se utilizan para tratar la tuberculosis multiresistente pueden costar hasta 300 veces más que el tratamiento tradicional (es decir US$15.000 en vez de $US50)(15). El costo puede resultar tan excesivo que los proveedores de hecho no pueden tratar algunas enfermedades infecciosas.
Por desgracia hay pocos medicamentos nuevos en el horizonte. Sólo se ha desarrollado una clase nueva de antibióticos desde 1970(16). Además se tarda entre 10 y 20 años en sacar un nuevo medicamento al mercado, a un costo promedio de US$500 millones(17); pero las iniciativas recientes para elevar el financiamiento de los antimaláricos (Medicines for Malaria Venture) , los medicamentos contra la tuberculosis (Global TB Drug Facility) y los antiretrovirales (The Global Fund to Fight AIDS, Tuberculosis, and Malaria) contribuirán al desarrollo de los medicamentos necesarios para combatir estas enfermedades infecciosas y las cepas resistentes que han surgido en las mismas.