Ac. Dr. Christian TRIGOSO
El uso indiscriminado de Antimicrobianos permite incorporar este factor de riesgo, logrando como resultado una mayor presión selectiva en las poblaciones bacterianas, aspecto que empeora aún más el panorama pues se impone por una parte la competencia por sobrevivir y por otra el poblar los ecosistemas disponibles, situación que terminaría por inhabilitar a estas moléculas en un futuro no muy lejano.
Durante mucho tiempo hemos querido situar a la resistencia bacteriana lejos de la preocupación general considerándola como una especie de “amenaza elegante”, restringida a círculos académicos o científicos en los que su importancia todavía estaba bordeando los matraces y los tubos de ensayo. Revisados los textos universitarios de las décadas de los setenta, ochenta y aún noventa del siglo inmediato pasado no ocupaban más que algunos párrafos o citas puntuales que en la mayoría de las veces servían sólo para dar pié a un nuevo concepto en antibioticoterapia (12).
Ahora estamos conscientes de que la resistencia a los antimicrobianos perjudica y mata (13). La resultante de todo este proceso impone mayor sufrimiento a los pacientes (situación paradójica ya que en esencia la medicina busca paliar el dolor provocado por las enfermedades), los números en cuanto a mortalidad terminan incrementándose tal como ya lo visibilizamos anteriormente, añadiéndose en la actualidad los problemas que conllevan la desacreditación tanto institucional como personal a la vez que la injerencia de la práctica jurídico legal a través de los tristemente célebres juicios por mala praxis médica. Al fin de cuentas las bacterias no satisfechas con este orden de cosas, provocan caída en la productividad de las naciones (retardación en las altas médicas, aumento de mortalidad de poblaciones productivas) y aumento en el costo de la atención de salud (uso de nuevas tecnologías para precisar los diagnósticos, uso de moléculas selectas más costosas, mayor número de días de internación, juntas médicas extraordinarias, etc.) (13).
Y aún todavía nos falta revisar todo aquello que gira alrededor de la prescripción inapropiada de Antimicrobianos, ya que tanto algunos médicos como algunos odontólogos incurren en procesos de desinformación así como de desactualización por lo que la prescripción pierde su valor científico y se convierte en un simple trámite administrativo, debiendo añadirse que también algunos laboratorios tienen su cuota de culpabilidad pues no tienen sistemas de garantía de calidad y/o actualización en mecanismos de resistencia y su correlación fenotípica; llegándose de esta forma a una verdadera explosión de la resistencia bacteriana.
Sin embargo es necesario profundizar aún más este análisis para aproximarnos al eje principal de nuestros desvelos, el paciente.
Los pacientes reciben los tratamientos y sin embargo no todos los fármacos son controlados ya que un número todavía no precisado ingresan al país por la vía del contrabando evadiendo los controles ministeriales en cuanto a su calidad, debiendo añadir que además es posible encontrar pacientes que no cumplen las dosificaciones requeridas por el elevado costo de algunas de estas moléculas, así como por el conjunto de mitos que existe alrededor de estas drogas, y es que algunos pacientes deciden per se interrumpir el tratamiento pues creen que el uso sostenido provocaría trastornos no deseados (destrucción de glóbulos rojos, caída del sistema inmunológico, etc.). Debiendo agregarse que por otra parte algunos pacientes – por cualquier razón – recurren directamente a las farmacias donde personas inescrupulosas no solamente diagnostican, sino que también prescriben y aún administran estos medicamentos.
Es necesario puntualizar que con seguridad la información que llega al paciente no es la apropiada, muchas veces nos faltan cinco minutos más en los consultorios para explicarles que antimicrobianos vamos a utilizar, el porqué y sobre todo el peligro de interrumpir las dosificaciones establecidas.
Sí además tenemos en cuenta de que cada vez se hace más notorio el hecho de que los antimicrobianos son utilizados como promotores de desarrollo en animales de granja (14), así como también son utilizados en la agricultura (parte del eventual control de plagas), entonces retornamos otra vez al inicio de todo, es decir un irracional aumento de la presión selectiva que conllevaría el riesgo ya enunciado.
Me he permitido denominar a este fenómeno con el calificativo de cabeza de medusa pues en realidad se trata de un problema multifactorial que necesita de un abordaje múltiple para intentar buscar el control de esta epidemia silente. Sin duda alguna no solamente precisamos de médicos, sino también de biólogos, bioquímicos, farmaceúticas, laboratoristas clínicos, sociólogos, psicólogos, comunicadores sociales, administradores de empresas, economistas y aún algunos profesionales más para cercenar cada una de las serpientes de esta cabeza de medusa.
Con todo este marco de referencia se hacía imperioso conocer y reconocer cuál era la situación de la resistencia en las américas, trabajo que se inició el año 1997 bajo la dirección del Dr. Gabriel Schmunis (OPS/OMS – Washington) quien coordinó desde 1997 las acciones de algunos países en el relevamiento de los perfiles de resistencia en Salmonella, Shigella y Vibrio cholerae (no olvidar que todavía se estaba viviendo los coletazos finales de la epidemia de cólera que alarmó a esta región) para luego dar curso a una de las reuniones más celebradas (Paraguay 1999) ya que en ella se organizó un conjunto mayor de países que podrían empezar estos relevamientos, a partir de compromisos que conllevaban la identificación de un laboratorio de referencia nacional, estructurado de una red de laboratorios a nivel nacional, armado de un programa de evaluación de desempeño en bacteriología clínica tanto para los laboratorios referenciales como para los de cada red nacional, procesos de supervisión directa en cada país y ensamblado de una base de datos con perfiles de resistencia provenientes de cada país, con el compromiso obligatorio de que esta información debía ser validada convenientemente así como también socializada en cada hospital ó centro de salud del que provenían de manera que fueran utilizados primariamente para mejor conocimiento de la realidad epidemiológica infecciosa de cada hospital ó centro de salud a la par que utilizados en la formulación de los tratamientos empíricos a desarrollarse. Habiéndose también producido una alianza estratégica con diferentes socios que coadyuvaron con este esfuerzo (OPS/OMS, USAID, APUA, CDC, GOBIERNO DE CANADA, ASM). (15).
El uso indiscriminado de Antimicrobianos permite incorporar este factor de riesgo, logrando como resultado una mayor presión selectiva en las poblaciones bacterianas, aspecto que empeora aún más el panorama pues se impone por una parte la competencia por sobrevivir y por otra el poblar los ecosistemas disponibles, situación que terminaría por inhabilitar a estas moléculas en un futuro no muy lejano.
Durante mucho tiempo hemos querido situar a la resistencia bacteriana lejos de la preocupación general considerándola como una especie de “amenaza elegante”, restringida a círculos académicos o científicos en los que su importancia todavía estaba bordeando los matraces y los tubos de ensayo. Revisados los textos universitarios de las décadas de los setenta, ochenta y aún noventa del siglo inmediato pasado no ocupaban más que algunos párrafos o citas puntuales que en la mayoría de las veces servían sólo para dar pié a un nuevo concepto en antibioticoterapia (12).
Ahora estamos conscientes de que la resistencia a los antimicrobianos perjudica y mata (13). La resultante de todo este proceso impone mayor sufrimiento a los pacientes (situación paradójica ya que en esencia la medicina busca paliar el dolor provocado por las enfermedades), los números en cuanto a mortalidad terminan incrementándose tal como ya lo visibilizamos anteriormente, añadiéndose en la actualidad los problemas que conllevan la desacreditación tanto institucional como personal a la vez que la injerencia de la práctica jurídico legal a través de los tristemente célebres juicios por mala praxis médica. Al fin de cuentas las bacterias no satisfechas con este orden de cosas, provocan caída en la productividad de las naciones (retardación en las altas médicas, aumento de mortalidad de poblaciones productivas) y aumento en el costo de la atención de salud (uso de nuevas tecnologías para precisar los diagnósticos, uso de moléculas selectas más costosas, mayor número de días de internación, juntas médicas extraordinarias, etc.) (13).
Y aún todavía nos falta revisar todo aquello que gira alrededor de la prescripción inapropiada de Antimicrobianos, ya que tanto algunos médicos como algunos odontólogos incurren en procesos de desinformación así como de desactualización por lo que la prescripción pierde su valor científico y se convierte en un simple trámite administrativo, debiendo añadirse que también algunos laboratorios tienen su cuota de culpabilidad pues no tienen sistemas de garantía de calidad y/o actualización en mecanismos de resistencia y su correlación fenotípica; llegándose de esta forma a una verdadera explosión de la resistencia bacteriana.
Sin embargo es necesario profundizar aún más este análisis para aproximarnos al eje principal de nuestros desvelos, el paciente.
Los pacientes reciben los tratamientos y sin embargo no todos los fármacos son controlados ya que un número todavía no precisado ingresan al país por la vía del contrabando evadiendo los controles ministeriales en cuanto a su calidad, debiendo añadir que además es posible encontrar pacientes que no cumplen las dosificaciones requeridas por el elevado costo de algunas de estas moléculas, así como por el conjunto de mitos que existe alrededor de estas drogas, y es que algunos pacientes deciden per se interrumpir el tratamiento pues creen que el uso sostenido provocaría trastornos no deseados (destrucción de glóbulos rojos, caída del sistema inmunológico, etc.). Debiendo agregarse que por otra parte algunos pacientes – por cualquier razón – recurren directamente a las farmacias donde personas inescrupulosas no solamente diagnostican, sino que también prescriben y aún administran estos medicamentos.
Es necesario puntualizar que con seguridad la información que llega al paciente no es la apropiada, muchas veces nos faltan cinco minutos más en los consultorios para explicarles que antimicrobianos vamos a utilizar, el porqué y sobre todo el peligro de interrumpir las dosificaciones establecidas.
Sí además tenemos en cuenta de que cada vez se hace más notorio el hecho de que los antimicrobianos son utilizados como promotores de desarrollo en animales de granja (14), así como también son utilizados en la agricultura (parte del eventual control de plagas), entonces retornamos otra vez al inicio de todo, es decir un irracional aumento de la presión selectiva que conllevaría el riesgo ya enunciado.
Me he permitido denominar a este fenómeno con el calificativo de cabeza de medusa pues en realidad se trata de un problema multifactorial que necesita de un abordaje múltiple para intentar buscar el control de esta epidemia silente. Sin duda alguna no solamente precisamos de médicos, sino también de biólogos, bioquímicos, farmaceúticas, laboratoristas clínicos, sociólogos, psicólogos, comunicadores sociales, administradores de empresas, economistas y aún algunos profesionales más para cercenar cada una de las serpientes de esta cabeza de medusa.
Con todo este marco de referencia se hacía imperioso conocer y reconocer cuál era la situación de la resistencia en las américas, trabajo que se inició el año 1997 bajo la dirección del Dr. Gabriel Schmunis (OPS/OMS – Washington) quien coordinó desde 1997 las acciones de algunos países en el relevamiento de los perfiles de resistencia en Salmonella, Shigella y Vibrio cholerae (no olvidar que todavía se estaba viviendo los coletazos finales de la epidemia de cólera que alarmó a esta región) para luego dar curso a una de las reuniones más celebradas (Paraguay 1999) ya que en ella se organizó un conjunto mayor de países que podrían empezar estos relevamientos, a partir de compromisos que conllevaban la identificación de un laboratorio de referencia nacional, estructurado de una red de laboratorios a nivel nacional, armado de un programa de evaluación de desempeño en bacteriología clínica tanto para los laboratorios referenciales como para los de cada red nacional, procesos de supervisión directa en cada país y ensamblado de una base de datos con perfiles de resistencia provenientes de cada país, con el compromiso obligatorio de que esta información debía ser validada convenientemente así como también socializada en cada hospital ó centro de salud del que provenían de manera que fueran utilizados primariamente para mejor conocimiento de la realidad epidemiológica infecciosa de cada hospital ó centro de salud a la par que utilizados en la formulación de los tratamientos empíricos a desarrollarse. Habiéndose también producido una alianza estratégica con diferentes socios que coadyuvaron con este esfuerzo (OPS/OMS, USAID, APUA, CDC, GOBIERNO DE CANADA, ASM). (15).