17 de agosto de 2015 – Fuente: SciDev Net
El Homo sapiens se manufacturó dos problemas colosales por dejar de ejercer su característica distintiva: la racionalidad. Póngase a prueba: Imagínese llevando a su hijo al médico, con un cuadro típico: fiebre, respiración incómoda, malestar general. ¿Toleraría una receta final sin antibióticos? Probablemente no. Jesús Silva, del Instituto Nacional de Salud Pública, de México, dijo que los médicos ceden a las presiones de los pacientes: “La madre se calma cuando el médico prescribe un antibiótico. Y si no lo hace, va a buscar otro médico, hasta que le dé uno”. Otros investigadores detectaron que, en ese país, “entre 60 y 80% de los pacientes con infecciones respiratorias agudas recibían antibióticos, cuando en realidad su uso se justificaba sólo en 10 a 15% de los casos”. El “problema colosal” es la resistencia a antibióticos desarrollada por microorganismos. Sally Davies, médico en jefe del gobierno de Gran Bretaña, lo advirtió: “Es una amenaza catastrófica. Si no actuamos ya, cualquiera de nosotros puede ir al hospital en 20 años por una cirugía menor, y morir por una infección ordinaria que no pueda ser tratada con antibióticos”. La dimensión anecdótica es simple. Desde que la industria farmacéutica sintetizó antibióticos masivamente en el siglo XX, infecciones bacterianas potencialmente letales cedieron a la toma de antibióticos por unos días. Pero pronto lo ordinario devino extraordinario: algunas bacterias dejaron de ser víctimas pasivas y se hicieron inmunes al antibiótico. “Todos los tipos de microbios –y también muchos virus y parásitos– se están haciendo resistentes a los medicamentos”, dijo en abril de 2015 Keiji Fukuda, de la Organización Mundial de la Salud (OMS). “Este es el problema más importante en el ámbito de las enfermedades infecciosas hoy”.
Irracionalidad: el “complicante” universal
El desarrollo de resistencia a antibióticos es un ejemplo espectacular de evolución. La ingesta de antibióticos supone un cambio ambiental extremo para las bacterias, algunas de las cuales son muy susceptibles a estos compuestos, otras no tanto; el tratamiento elimina a la mayoría, pero quedan las más resistentes. Su número puede ser bajo y no causar síntomas, pero están ahí, reproduciéndose. En términos evolutivos, estas bacterias resistentes fueron seleccionadas. Este proceso natural es inevitable. Pero el uso irracional de antibióticos magnifica el resultado. Si el médico receta una dosis subóptima, o si el paciente es indisciplinado con el tratamiento, las bacterias sobrevivientes serán mayormente las resistentes, sin la competencia de las susceptibles, ya eliminadas. La frase “uso irracional” es un concepto definido por la OMS con precisión: “El uso de medicinas es racional cuando los pacientes reciben las medicinas apropiadas, en dosis que satisfacen sus propios requerimientos individuales, por un tiempo apropiado, y al menor costo para el paciente y la comunidad. El uso irracional de medicinas ocurre cuando una o más de estas condiciones no es satisfecha”. Sobre esta base, el uso de antibióticos es extremadamente irracional porque: 1. se emplean contra infecciones mal diagnosticadas (por ejemplo, virales) y, por ende, no son la medicina apropiada; 2. los pacientes suelen no respetar la dosis, los horarios o la duración; 3. el desarrollo de resistencia supone un costo catastrófico a la comunidad. Además, el abuso de antibióticos encuentra otras vías para complicar la situación. Ya su presencia pone a las bacterias bajo estrés, pues interfieren gradualmente con su funcionamiento, para matarlas. Pero algunas bacterias responden al estrés acelerando su ritmo de mutaciones, por lo que los antibióticos aumentan la probabilidad de que surjan resistencias. Resulta aún peor el uso múltiple e indiscriminado fuera del circuito farmacia-casa-hospital. Enormes cantidades de antibióticos se consumen como profilácticos y promotores de crecimiento en ganadería, acuacultura y mascotas; como pesticidas agrícolas; ingredientes de productos de limpieza e higiene. Así llegan al ambiente creando reservorios incontrolados de material genético bacteriano. Esto es delicado porque más allá de lo que hay en su cromosoma –que se hereda en la reproducción–, las bacterias tienen también genes en estructuras no cromosomales llamadas plásmidos, que pueden ser pasadas a otras bacterias incluso después de muertas, porque los plásmidos no son heredados sino transmitidos “horizontalmente”. Este es el gran peligro ambiental del abuso de antibióticos.
Decidir entendiendo
Es necesario entender la ciencia para evaluar las acciones remediales, que son duras. Un análisis de la industria chilena del salmón –usuaria intensiva de antibióticos profilácticos– concluye que “la única intervención posible es la modificación del uso y del consumo de antibióticos”. Es decir, regulación en farmacias, clínicas y hospitales, obviamente, pero con urgencia en otros sectores industriales. En mayo de 2015, la Asamblea Mundial de la Salud aprobó un “plan de acción mundial” que compromete a los estados miembros a tener, para 2017, un “plan de acción nacional sobre resistencia a los antimicrobianos”. Un reciente reporte mundial de la OMS pide más: laboratorios centinela; control del abuso; programas efectivos de prevención y control de infecciones; y, crucialmente, conciencia y entendimiento entre la ciudadanía. Esto último es ingenuo con el tema tan ausente de los medios. Según el reporte, sólo 10 países en las Américas hicieron campañas públicas de información en los dos últimos años. De 35 países, 11 tienen planes de prevención y control de infecciones, y en 18 hay acceso a antibióticos sin receta médica. Lo más grave: solamente tres naciones americanas tienen un plan nacional. La OMS no menciona países, pero se sabe que Argentina y Estados Unidos ya publicaron sus planes, y Chile anunció uno inminente. La resistencia a antibióticos comparte ingredientes con el cambio climático: sobrepoblación humana, consumo desbocado en ambientes con regulación laxa, falta de discusión pública y atrofia gubernamental. La ciencia involucrada es espectacularmente compleja y ambos problemas tienen el potencial de diezmar a la humanidad en el corto plazo. América Latina es muy vulnerable, aunque la información científica ha dado, ya y por bastante tiempo, ideas para evadir la catástrofe. Entender ese avestruz irracional que es la pasividad colectiva es el gran reto de las ciencias sociales.