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miércoles, 13 de abril de 2016

EL DEPREDADOR DEPREDADO

(Una visión filosófica catastrofista a propósito de los virus exóticos emergentes)
Ac. Dr. Christian TRIGOSO AGUDO
Profesor Emérito de la Facultad de Medicina - UMSA
Miembro de Número dela Academia Boliviana de Medicina

EL INTROITO
Una de las grandes preocupaciones de la humanidad ha sido siempre el tratar de antelar aquellos eventos que por su naturaleza significaran un grave riesgo para la salud, recuérdese la búsqueda de fórmulas que permitieran lograr estados de invulnerabilidad frente a las dolencias que siempre nos acompañaron retratados inclusive desde la mitología, sin embargo la posibilidad de por lo menos “predecir” cuándo y donde habrían de presentarse las pestes ya era suficiente para reconocer que se estaba alcanzando un conocimiento que por sí mismo se convertía en “poder” frente a la naturaleza.
Sin duda alguna caminar a lo largo de la historia se ha convertido más allá de los eufemismos, en un reconocernos lábiles aunque a la vez perseverantes en el arte de sobrevivir, aún con todo en contra.

Durante mucho tiempo crecimos como humanidad construyendo nuestros pueblos al lado del agua que nos aportaban los ríos y lagos, acercándonos instintivamente a los enclaves de verdor, buscando el aire puro como hálito de vida y esperanza; sin embargo en el discurrir del tiempo nuestro pasado nómada y explorador nos obligó a retomar las caminatas y la búsqueda de nuevos horizontes, tal vez cuando empezamos a destruir los entornos y contornos de nuestras propias ciudades, tal vez cuando nuestro instinto aventurero se sobrepuso a la quietud y armonía que íbamos logrando, tal vez cuando nuestra sed por saber y conocer más se encaramó sobre la tranquilidad de lo conquistado.
Nos atrevimos a posar nuestros pies en territorios que nadie había visto antes y a la vez quisimos soberbiamente imponer nuestra forma de pensar, vivir y sentir en todos aquellos nuevos territorios reclamados como propios. Llegamos a creer que nuestra osadía era similar a nuestro derecho por posesionar, a partir de ese instante el respeto por la naturaleza dejó de ser la prioridad y en todo caso sentimos que con cada metro cuadrado de terreno conquistado y devastado aumentaba nuestro orgullo exponencialmente. No quisimos darnos cuenta, o tal vez no pudimos darnos cuenta de que paralelamente a este hecho estábamos construyendo una caja negra a partir de la cual terminaríamos liberando minúsculas expresiones de vida y en algunos casos paradojas biológicas, mitad vivas mitad inertes, que se pondrían en contacto con nosotros desencadenando dolencias nunca vividas antes.
Aún hoy cuando recorremos muchas de nuestras carreteras asistimos a la exposición de postes de alumbrado eléctrico, útiles e imprescindibles hoy por hoy, pero que exhiben segmentos de árboles muertos y que crucificados a la vera de nuestro paso se rindieron a nuestras ansías de progreso y bienestar. ¡Cómo no anticipar que tremenda masacre vegetal habría de repercutir en nuestra cotidianeidad!
Muy pronto las ciudades debían mostrar su esplendor labrado a golpes de destrucción y mezcla artificial de materiales reñidos con la naturaleza pero no menos agresivos como el cemento y los plásticos, nuestras sociedades debían edificarse reuniéndose alrededor de las conexiones hechas de materiales flexibles y perennes, nuestros lazos debían extenderse entre la fibra artificial y los metales, nuestro pulso cultural tenía que lograr un eje radioactivo y debíamos crear e incorporar un lenguaje nuevo donde la preminencia tecnológica está sobre la social y cultural. Los árboles pasaban a ser meros elementos decorativos en algunos casos y en otros materiales de construcción e insumos para confección, el verdor se transformaba en un gris espectral y la radiante frescura en flujos artificialmente manipulados donde las temperaturas se podían variar sin importar el “alrededor” sino simplemente nuestro requerimiento personal.
Estábamos logrando lo aparentemente imposible, es decir modificar el planeta quizás de manera irreversible, creyendo que aquello era el signo distintivo de nuestra especie. Cuánta superficialidad, cuánto reduccionismo, cuánta banalidad en quienes nos creíamos el culminen de la evolución; tal vez porque erróneamente pensamos que evolucionar era sojuzgar, pisotear, destruir, imponer la violencia física en la contienda, dominar para provecho nuestro; y así estuvimos convencidos de que nuestra especie tenía hasta un derecho divino para hacer desaparecer a otras especies, animales y vegetales, creyendo dogmáticamente que nuestro destino era sobrevivir a costa del resto. Ahora recién empezamos a comprender la grandeza del trabajo de Darwin cuando supimos que evolucionar es aprender a adaptarse a un medio ambiente cambiante y en el que las especies se complementan armónicamente, compitiendo evidentemente pero respetando la diversidad y el entorno.
EL PROBLEMA
Estamos depredando la naturaleza a un ritmo tan vertiginoso que las imágenes satelitales muestran como nuestra civilización se ha especializado en reducir notablemente las manchas rurales verdes imponiendo la mecanización no sólo con el objetivo de hacerlo más rápido sino fundamentalmente más eficiente desde el punto de vista económico, el poder monetario se impone al poder vivir y aún sobrevivir.
Inmensos bosques van desapareciendo, ocupando esos espacios la arena y la tierra empobrecida y desgastada, las reservas de agua dulce y los recambios de oxígeno se van volviendo tortuosos y limitados. Los fenómenos de calentamiento global van de la mano de estos desastres – verdad de perogrullo – acortando ciclos que antes estaban distanciados. La tala indiscriminada de árboles, la desaparición de la floresta y la liberación de gases con efecto “invernadero” terminan creando nuevos ciclos atmosféricos y geotérmicos donde la constante es la paulatina desaparición de la vida, transformando a nuestro planeta en la antesala de otros planetas que ahora no presentan las condiciones mínimas para la vida, tal cual la conocemos, como ser Marte o Urano.
La biodiversidad de un nicho ecológico es la riqueza fundamental del mismo, de hecho es la que proveerá las condiciones necesarias para permitir que a través de las interrelaciones propias de este nicho se privilegie la continuidad del fenómeno vida. Los ciclos metabólicos de las diferentes especies actúan como micro partes de un macro ciclo, que termina determinando las posibilidades de éxito o fracaso, no de una especie sino del conjunto, el desenlace de una especie es también el desenlace de todas las demás especies, una especie es todas las especies.
Al paso que vamos terminaremos depredando nuestros bosques en lapsos cada vez más cortos de tiempo, alcanzando el clímax cuando esta destrucción masiva de vegetales y animales condicionen la respuesta de un planeta cada vez más caldeado e inhóspito, acelerando las modificaciones geográficas hasta el punto de lograr el crecimiento de los mares avasallando las regiones litoraleñas, desapareciendo los caudales de ríos y riachuelos al igual que el de las lagunas y los grandes lagos, cambiando la corteza de tal forma que nadie podría reconocer determinadas regiones a simple vista.
Empero todavía faltan algunos hechos paralelos y es que el planeta se está intoxicando con los desechos de nuestra civilización cada vez más devota de lo artificial y descartable, mega acúmulos de plásticos y otros materiales sintéticos contribuirán con la desolación de este modelo (lamentablemente estos materiales necesitan mínimamente cientos de miles de años para parcialmente reciclarse), los desechos radioactivos añadirán su cuota de participación en esta perspectiva y los metales ampliamente utilizados hoy en día como también la colección de reactivos químicos vertidos directamente a los cauces hídricos pincelarán aún más estas imágenes desgarradoras; de hecho algunas tribus dela región amazónica ya están sufriendo la intoxicación con mercurio de los ríos en los cuales pescan para comer.
Es obvio que las cadenas naturales nutricionales se verán interrumpidas, obligando a que las unidades biológicas heterotróficas cedan el paso a los autótrofos quienes desde lo microscópico de su representación privilegiarán la biosíntesis a partir de lo inorgánico, reemplazando un mundo biológico diverso por otro transitoriamente exitoso pero condenado también a la extinción en cuanto y tanto los equilibrios químicos atmosféricos no puedan retener una atmósfera imprescindible para la sobrevivencia. Las oxidaciones y reducciones llegarán a “punto final” cuando los reactantes no puedan termodinámicamente hablando mantener ciclos de anabolismo y catabolismo. Tal vez estos autótrofos puedan convertirse en el primer peldaño para un eventual próximo despegue evolutivo, sin embargo un mundo como este ya no será repetible y en todo caso ni siquiera podemos predecir ahora el derrotero que tomará ese neo planeta.
LAS CONSECUENCIAS
En lo profundo de las selvas las especies han mantenido interrelaciones entre sí, equilibrando la sobrevivencia con la capacidad para adaptarse gracias en algunos casos al azar y en otros por las respuestas inmunológicas individuales de protección, en otras palabras a lo largo de miles de millones de años el simple hecho de convivir ha otorgado evolutivamente la capacidad para adaptarse al macro mundo y al micro mundo. Nuestra especie siendo todavía muy joven en este planeta y más allá de nuestro pasado microbiano y como mamífero simiano, en la medida que se introduce en nuevos ecosistemas entra en contacto con especies nuevas de vegetales y animales a la vez que microbios, empezando una fase de reconocimiento y paralelamente de adaptación, estos procesos completamente aleatorios toman mucho tiempo, buscando además a los portadores de mutaciones genéticas que eventualmente les permita adaptarse mejor y sobrevivir a estos relativamente “nuevos” entornos.
Ingresando como depredadores descubrimos que especies de virus (dengue, chikungunya, zika, etc.) con su carácter exótico toman contacto con nosotros quienes al no poseer una memoria inmunológica frente a estos virus y por la facilidad de su transmisión (a través de la picadura de algunos mosquitos) cierran el ciclo de reconocimiento permitiendo así que partículas de material genético recubierto de proteínas ingresen en nuestro organismo y en virtud a todo lo expuesto finalmente terminen desencadenando una enfermedad febril que es fiel muestra del primer encuentro de dos especies en un tiempo y un espacio dados.
Seguramente el hecho de haber entrado en contacto en el pasado con otros virus de cercano parentesco taxonómico con estos ha permitido que los cuadros patológicos no sean tan agresivos salvo casos individuales, donde lo idiosincrático se impone sobre lo general. Sabemos que esta historia no termina aquí ni ahora, sabemos que en la medida que invadimos nuevos territorios también nos exponemos a nuevos virus que por ahora están “guardados” en lo profundo de los bosques y selvas, esperando la oportunidad para tomar contacto con quienes se hallen en su entorno, máxime cuando vamos depredando todo el planeta y lo vamos llevando al futuro que relatamos antes. La paradoja de esta historia es que los virus también terminarán desapareciendo pues necesitan organismos eucariotas para continuar sus ciclos biológicos, aunque el término biológico no sea útil en su integridad cuando hablamos de estas partículas, sin embargo conocemos virus que pueden infectar bacterias aunque carezcan de patogenicidad para nosotros en particular.
Añadamos un nivel más de complejidad, y es que las especies de mosquitos que vehiculizan estos virus, también son variadas y con una capacidad de adaptación sencillamente fantástica, desde las diferentes especies de Aedes que iniciaron su periplo mundial en el áfrica pasando por el continente europeo, asiático y americano, sin olvidar que una de las rutas más interesantes fue la de Oceanía que con el conjunto de sus islas e islotes fueron escalas perfectas en su diseminación por todo el orbe, añadamos que hasta hace muy poco creíamos que por encima de 2,000 m.s.n.m. era casi imposible hallar estas especies, una vez más la evolución nos recondujo y los reportes evidencian que se adaptaron a altitudes mayores, provocando gran desconcierto y desánimo pues con el calentamiento global y las nuevas condiciones planetarias, amén de la rapidez en las comunicaciones fundamentalmente a través de los viajes por vía aérea, ahora en cuestión de horas podemos estar en las antípodas de nuestra ubicación geográfica transportando no sólo al virus sino también al mosquito vector.
La emergencia de nuevos virus será la espada de Damocles sobre nuestra especie en tanto y cuanto no aprendamos que violar santuarios de la naturaleza sólo nos pondrá en contacto con estos emergentes, donde además llevamos las de perder pues nuestras opciones son mínimas frente a estos virus así como frente a los mosquitos vectores. Hemos resultado siendo depredadores depredados, violadores violados; a la espera de comprender mejor estos mecanismos biológicos así como de aceptar que sólo el respeto por la naturaleza en su totalidad nos dé una chance para sobrevivir.
LA CONCLUSIÓN
Terminamos como empezamos, asumiendo que debiéramos concentrarnos en salvar el planeta, cuidar su futuro, al fin y al cabo el futuro de este planeta es nuestro futuro; aceptando que emergerán cada vez más nuevos virus en la medida que depredemos nuestro planeta y sus manchas verdes y azules. Que no podemos subordinarnos a un reduccionismo biomédico a través del cual las soluciones aparentemente fáciles representadas por nuevos agentes antivirales, vacunas, repelentes, larvicidas e insecticidas reemplacen a la razón pero sobre todo al sentido común que nos señala el camino correcto, nuestros ancestros sobrevivieron sin la parafernalia bioquímica y tecnológica de hoy, respetaron su planeta y convivieron armónicamente con todas las especies, animales y vegetales; nos legaron un planeta sano y vigoroso, hoy está enfermo y camino a una agonía que demostraría nuestro fracaso como la única especie inteligente que lo habita.
Ojalá pronto y a tiempo dejemos de ser los depredadores depredados, se lo debemos a las próximas generaciones, se lo debemos a nuestros antepasados, se lo debemos a la naturaleza, se lo debemos al único planeta que por ahora tenemos para vivir y perpetuar nuestra especie.
He dicho.


Ciudad de Nuestra Señora de La Paz, otoño del 2016