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jueves, 22 de junio de 2017

BOLIVIA: EL ALTIPLANO ES EL LUGAR MÁS ENDÉMICO DE FASCIOLOSIS

10 de mayo de 2017 – Fuente: Planeta Futuro (España)
El viaje que recorre la fasciola hasta parasitar al ser humano suena casi inverosímil. Difícilmente lo lograría sin pobreza, su aliada, la que crea las condiciones necesarias para que una persona beba agua insalubre o coma crudas las plantas acuáticas donde aguarda escondida. Esta es la historia de cómo este gusano logró meterse en el cuerpo (y cómo salió) de Diego , un adolescente del altiplano boliviano. Allí está la zona más endémica del mundo de fasciolosis, la principal enfermedad de la familia de las trematodosis alimentarias, consideradas olvidadas por la falta de interés de farmacéuticas e instituciones, a pesar de afectar a 56 millones de personas en el mundo. Seguramente, todo empezó en las heces de un compañero de escuela, o de alguna de las muchas vacas y ovejas que pastan en los parajes verdes y amarillentos de Huacullani, una población aymara de 2.300 habitantes del municipio de Tiahuanaco. Allí, bajo la cordillera nevada de los Andes y a los pies del lago Titicaca, la gran mayoría de estos animales tiene sus conductos biliares infestados de fasciolas. Lo ratifica cualquier adulto o niño que haya presenciado una matanza: cuentan que los gusanos salen a docenas del hígado del animal cuando se disecciona. Para saber si los humanos portan el parásito no hace falta matarlos y seccionarlos. Mediante unas muestras de heces –que también son aplicables a animales–, sedetectan los huevos de la fasciola; su cantidad indica la cantidad aproximada de gusanos que puede haber dentro del cuerpo. En la década de 1980, el Dr. René Anglés Riveros, el especialista más reconocido en la enfermedad de Bolivia, comenzó a estudiar su prevalencia. En Huacullani, cuatro de cada diez personas estaban parasitadas. Él lo llama “el pueblo antena”, puesto que estadísticamente es un indicador fiable de cómo se comporta la fasciola en el resto de la región. Hoy esta cifra ha bajado a 2% de afectados, según las encuestas que realizan periódicamente. El secreto es la desparasitación sistemática que se viene realizando desde 2008. Pero esa es la parte de la historia de cómo las fasciolas fueron eliminadas del cuerpo de Diego. Todavía hay que conocer cómo llegaron.
Las heces de una persona infectada están llenas de huevos: desde unos cientos, hasta miles por gramo. Cuando eclosionan van a parar a unos pequeños caracoles acuáticos que le sirven de hospedador intermedio para seguir desarrollándose. Está claro cómo llegan a ellos desde el ganado, que defeca al aire libre, pero ¿y a los humanos? ¿por qué también son sospechosas las deposiciones de sus compañeros de colegio? Porque hacen sus necesidades exactamente en el mismo lugar que los animales. No hay que buscar en lugares muy escondidos para toparse con un niño en plena tarea. Seguramente los adultos son más pudorosos, pero el efecto es el mismo, ya que no hay baños en los hogares de Hacullani. “Quizás tengan alguna letrina”, matiza María Julia Rodríguez, médica de la población. “Pero la gran mayoría sigue defecando al aire libre”, concluye. La mayoría de la población no cuenta con agua corriente en casa, en ningún caso potable. Las viviendas, normalmente de adobe o de ladrillo sin revestir, sí suelen contar con electricidad y en ellas se realizan normalmente los partos por el peligroso método tradicional si no está supervisado por un profesional de la salud. Es parte de la cultura aymara: en el pueblo los mayores no hablan castellano, a lo sumo lo entienden, y tienen arraigadas una suerte de costumbres y tradiciones que, en ocasiones, complican la tarea de los profesionales sanitarios. “Normalmente no admiten que les saquen sangre”, lamenta Rodríguez. Recientemente han construido lo que llaman un baño bimodal en el colegio, para que sirva en el día a los escolares y en la tarde al resto del pueblo, pero la propia doctora ve complicado cambiar los hábitos: “No creo que muchos vengan acá a usarlo; están acostumbrados a otra cosa”. Así, de las heces al aire libre, las larvas van a los caracoles, siguen su desarrollo y son liberadas al agua. La necesitan dulce, así que la enorme extensión del Titicaca, que es salobre, no les sirve para sus propósitos. Pero en la zona norte del altiplano no les faltan riachuelos y canales en los que nadar hasta que encuentran plantas acuáticas como berros o totoras (una especie de junco) a las que, invisibles al ojo humano, se pegarán como una lapa hasta que algún mamífero las ingiera. “Solo hay dos formas de que el parásito llegue al cuerpo: bebiendo agua contaminada o comiendo las plantas acuáticas sin cocinar”, recalca una y otra vez Angles, que contempla con cierta desesperación cómo el mensaje no acaba de calar. No solo entre niños: profesores e incluso personal sanitario de la zona muestra confusión a la hora de determinar el modo de infección. Algunos piensan que puede suceder comiendo lechuga, otros cordero o vaca parasitados. Diego podría haber evitado infectarse si no hubiera comido plantas acuáticas. Pero esto es más fácil de decir que de hacer. Entre los niños y jóvenes es frecuente tomarlas directamente del campo a la hora de la merienda. “Sabemos que está ahí, pero cuando tienes hambre no piensas en eso”, justifica el joven de 17 años. Todos en su clase de sexto de secundaria admiten ser consumidores habituales de estos vegetales. El Dr. Carlos Aguirre, de la Universidad de La Paz asegura que el sustrato de la enfermedad es la pobreza, que trae consigo “falta de agua potable y de información”. “El parásito continuará si no mejoran las condiciones de vida y se educa adecuadamente a la población”, asegura. Uno de los grandes misterios de la fasciola es saber cómo llega a su destino. “Debe de tener una especie de brújula que le hace encontrarlo una vez en el intestino”, relata Angles. Lo atraviesan, y van directos al hígado, que también traspasan para asentarse en las vías biliares, donde puede vivir hasta 13 años si ningún fármaco termina con ellos. En la mayoría de las ocasiones, parásito y huésped viven en aparente armonía, ya que no suele dar síntomas. La enfermedad, como el resto de la familia de las trematodosis alimentarias, no suele ser mortal –causan unos 7.000 fallecimientos al año–, pero presentan una alta morbilidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que cada año se pierden en el mundo dos millones de años de vida ajustados en función de la discapacidad, un indicador sobre el impacto de las enfermedades. Si la cantidad de fasciolas jóvenes que han atravesado el hígado es exageradamente grande, puede dar lugar a cirrosis, ya que lo dañan en su traslado a las vías biliares. Y dentro de ellas van alimentándose de sus paredes y transformándolas en cicatrices que merman su función. Además, están asociadas a anemias y problemas de defensas, de forma que quienes las portan suelen caer enfermos con frecuencia y tener problemas de aprendizaje; este es uno de los motivos, junto a su alta prevalencia en los más jóvenes, de por qué las campañas hacen especial incidencia en niños y adolescentes. Si el número de fasciolas en el organismo es muy alto, pueden provocar la muerte. Esto es raro en humanos, pero no tan infrecuente en animales, que van perdiendo peso al mismo ritmo que su barriga se va hinchando hasta caer muertos. Angles ha llegado a contar más de 500 gusanos en una oveja muerta por fasciolosis. Para acabar con ella, pues, habría que eliminarla de humanos y animales, para que no defecasen huevos y no comenzase así el viaje de la fasciola. Santiago Mas-Coma, presidente de la Federación Internacional de Medicina Tropical y seguramente el mayor experto en fasciolosis del mundo, explica que la distribución geográfica mundial de esta enfermedad precisaría de sumas astronómicas para poder luchar contra ella de manera multidisciplinar: en el ámbito humano, de ganado, acciones de control de los caracoles vectores… “La fasciolosis se incluye dentro de las enfermedades desatendidas más complejas epidemiológicamente; no se vislumbra posibilidad de eliminación. Se tiene que avanzar simultáneamente en diferentes frentes, tanto en investigación multidisciplinar, incluyendo búsqueda de nuevos marcadores para el diagnóstico y de nuevos medicamentos para el tratamiento en humanos (todo indica que estamos muy lejos de conseguir una vacuna) y de continuar con las medidas de control en las zonas de endemia humana coordinadas por la OMS, para paulatinamente ir decreciendo la morbilidad, sobre todo en niños, expandiendo su aplicación hasta cubrir todos los países necesitados”, asegura. El objetivo, pues, es controlarla. En 2008, un proyecto piloto que trató de determinar si el fármaco que se usaba para los animales era seguro para las personas, que hasta el momento no contaban con ninguna presentación específica. Los resultados fueron un éxito. Casi no había efectos secundarios y a los 10 días el gusano estaba eliminado. Novartis, la farmacéutica que comercializa el triclabendazol, regala cada año más de 200.000 dosis para tratar a la población endémica en Bolivia. Como las pruebas a toda la población vulnerable supondrían un coste inasumible y el medicamento prácticamente no presenta efectos secundarios, se realiza una desparasitación masiva a toda la población cada año. Según los datos del Servicio Departamental de Salud de La Paz, en 2016 llegaron a 86% de la población del Altiplano en riesgo entre cinco y 60 años: 203.602 personas. También se ha comprobado que en los años que no se ha dispensado el fármaco (hay problemas burocráticos que lo han propiciado en dos ocasiones desde 2008), la fasciolosis ha subido desde aproximadamente 2% hasta más de 11%. Y así es como el gusano fue eliminado del cuerpo de Diego. Pero si sigue comiendo plantas acuáticas y agua sin tratar, es muy probable que vuelva a contraerla. Puede, incluso, que mientras respondía las preguntas para este reportaje la fasciola estuviera de nuevo en sus vías biliares sin que él se diera cuenta. Poniendo huevos, que en sus heces volverían a continuar este viaje, aparentemente inverosímil, pero que solo en humanos sucede unas 200.000 veces cada año.