Ac. Dr. Christian TRIGOSO AGUDO
Definitivamente éste es tiempo para establecer algunas reflexiones, por ejemplo preocuparnos (y ojalá ocuparnos) por las evidencias de un fenómeno de calentamiento global que empieza a mostrar problemas hasta ahora ignorados o talvez intencionadamente ocultados, para continuar con este afán desmedido de depredación del planeta y sus recursos no sólo naturales sino también de los recursos ancestrales de la memoria cultural que nos acompaña todavía y que postula un fuerte compromiso de respeto con la naturaleza. Los pueblos y etnias consideradas como primitivas cuidaron del planeta y aún lo hacen, para ellos el objetivo central es priorizar la protección del medio ambiente y a partir de ello el cuidado de la tierra, el agua, el aire y la biomasa total. ¿Es éste un ejemplo del “primitivismo” en el que viven? ¿A esta actitud la podemos llamar “salvaje”? ¿O es que todavía no comprendemos semejante humanismo?
Los conocimientos van apuntando a que nuestro microbioma había sido mucho más importante de lo que pensábamos, otra vez una actitud de humildad frente a un mundo microbiano tan grande y variado se hace imprescindible, aceptar que somos “más microbios de lo que pensábamos” debiera ser el inicio de una nueva era en la que los equilibrios se impongan y lejos de situarnos en el culminen de la escala zoológica, debiéramos empezar a comprender estas nuevas y viejas relaciones que nos enseñarían más respecto a los mecanismos de patogenicidad que circunstancialmente exhiben algunos microorganismos. Una especie es todas las especies.
Está claro que el abuso en la utilización de antimicrobianos a toda escala (prescriptores, automedicación, promoción no ética de antimicrobianos, legislaciones incompletas, inexistentes o mal aplicadas; empleo desmedido en animales y vegetales, etc.) está provocando una saturación de estas moléculas en los entornos terrestres y acuáticos, aspecto que nos adelanta un aporte extra en la presión selectiva sobre los microorganismos aumentando la posibilidad de la emergencia de “antibiorresistentes” que pueden convertirse en una espada de Damocles sobre los macrobios colonizados o infectados con estas cepas bacterianas.
Se impone respetar los microbiomas si queremos alargar la vida efectiva de estas moléculas descubiertas hace no más de noventa años y que ya empezaron a retroceder a causa de su desmedido e irracional uso, un principio de cautela que debe iniciarse apoyados en el asombro que nos debe causar el saber que de hecho, el número de células microbianas es más de diez veces el número de células de nuestro cuerpos (nuestro cuerpo está compuesto por unos diez billones de células humanas y cien billones de células bacterianas), representando una biomasa de alrededor de dos kilogramos en nuestro organismo.
Nuestros microbiomas (metagenomas) tienen más de cien veces más genes que el genoma humano, contribuyendo maravillosamente a regular la fisiología y metabolismo de nuestros organismos. ¡Definitivamente es nuestro segundo genoma!
Hasta cuando seguiremos la ruta del antropocentrismo egoísta y expoliador, acaso no es mejor salir de nosotros mismos y empezar a sentir a través de los sentidos de todas las especies, aniquilar especies es aniquilarnos a nosotros mismos. Qué triste es por lo visto haber perdido en algún momento de nuestra evolución la capacidad de contener algunas estructuras fotosintéticas o de reconocimiento por el olfato o por el frotamiento de nuestras superficies de recubrimiento; la adición de muchos factores como estos permitió que nos levantáramos sobre el resto de las especies asumiendo una superioridad que en todo caso descansaba en la capacidad de raciocinio que se “inventó” en nosotros por una mutación que además seguramente se asoció con un medio ambiente cambiante pero que propició al fin y al cabo junto a una meridiana capacidad de adaptación, la habilidad de destacar y evolucionar sin grandes contratiempos, pero lamentablemente así nos “desconectamos” del conjunto del planeta buscando sobrevivir a toda costa, entendiéndose esto último por una lucha desesperada por extraer recursos de todo tipo y a cualquier costo. Nos faltó tomar por las riendas un proceso meliorativo (melioravolucionar) o sea mejorar en cada progenie, asumiendo que un avance tecnológico se sustenta en un avance simultáneo moral, hecho que supone obviamente una actitud de respeto para con el prójimo y sobre todo con el único planeta habitable que poseemos por ahora.
Finalmente los avances en las ciencias van muy vertiginosamente, tanto así que no dan tiempo a que las sociedades puedan adaptarse a estos procesos y así diseñar un nuevo orden en la sociedad, orden que pasaría por aceptar y asumir que sólo las diferencias hacen el total, que las mentes deben ser abiertas y los caminos más aún, que no hay un sistema bipolar sino que en el medio tenemos toda una gama que justifica la existencia de todas las opciones. La tolerancia se debe imponer pero no por un sistema patriarcal, antes bien por haber desarrollado cerebros que acepten las diferencias y las respeten por sobre todo.
Hagamos el propósito de acercarnos a la luz de la ciencia, rechazando todo dogmatismo y prejuicio, dejemos de sentir temor por “saber” o “conocer”, dejemos de vivir arrinconados en nuestras cavernas donde los fenómenos de la naturaleza sólo tenían explicaciones irreales y fantásticas. Dejemos de adorar a dioses para empezar a amar a todas las especies biológicas incluida la nuestra, por supuesto.