Miguel Artime
Yahoo Noticias8 de noviembre de 2019
Si buscáis en Google la historia del mortífero virus ébola encontraréis datos y referencias variadas, pero seguramente todas pertenecientes a doctores, científicos u organismos de investigación occidentales. De hecho, lo más probable es que descubráis que se menciona al doctor belga Peter Piot (quien era muy joven cuando recibió en 1976 unas muestras de sangre procedentes del Congo central) como el descubridor de la patógeno responsable de la enfermedad. Antes de entrar a fondo sobre el tema repasemos unas pocas nociones de historia.
Bélgica administró el territorio colonial de El Congo desde 1908 hasta el verano de 1960, fecha en que el país africano se independizó con el nombre de República Democrática del Congo (aunque durante la larga dictadura posterior de Mobutu Sese Seko se le conoció también como Zaire). De ahí que todos hayáis leído la expresión “El Congo Belga” para referirse al país africano durante su época colonial, ¿Quién no ha leído el mítico libro de Hergé Tintín en el Congo (1931)?
Bien, una vez situados, avancemos hasta el año 1973. Durante aquel año, el doctor congolés Jean-Jacques Muyembe se doctoró en medicina en el Instituto Rega de Bélgica, su ex potencia colonial. Podría haberse quedado trabajando en Europa, donde tendría equipamiento adecuado y ratones con los que experimentar, pero prefirió regresar a su país natal para poder responsabilizarse (y le cito) de la “salud de mi pueblo”.
Ahora avancemos un poco más, al año 1976, momento en que una misteriosa enfermedad irrumpe en la zona central del Congo. El doctor Muyembe, que debido a la falta de medios no podía realizar investigación científica en su patria, trabajaba entonces como epidemiólogo de campo.
Su gobierno le pidió que visitara la zona para averiguar qué clase de enfermedad estaba asolando la zona. En principio creyó que se trataba de fiebre amarilla, tifus o malaria, pero pronto descubrió que aquello era otra cosa. Cuando pinchaba a los enfermos de aquel extraño brote, para extraerles muestras de sangre, observaba que el lugar en el que la aguja perforaba la piel goteaba sangre una vez se retiraba la jeringa. Jamás había visto algo igual.
Muyembe realizaba exámenes físicos a los enfermos y les extraía muestras de sangre sin usar guantes. Se lavaba bien las manos, es cierto, pero si no enfermó y murió, como le sucedió a algunas de las monjas belgas que le asistían en el hospital fue solo por suerte. Aquella enfermedad mataba rápido. Cuando persuadió a una de las monjas enfermas para volar con él a Kinshasa, aprovechó la ocasión para tomarle muestras antes de que muriera y decidió enviarlas a Bélgica donde existía un microscopio de electrones que podría identificar al culpable de la enfermedad.
Adivináis lo que pasó después ¿verdad? La OMS pidió a Bélgica que enviara las muestras a Inglaterra o Estados Unidos, donde contaban con laboratorios más avanzados, pero el equipo belga, entre los que se encontraba el antes citado Peter Piot, retrasó la entrega todo lo que pudo porque (y cito su libro No hay tiempo que perder: “aquel material era demasiado valioso, demasiado glorioso para dejarlo escapar”.
El resto es historia. El microscopio de electrones mostró un filamento que recordaba a una serpiente, enorme en comparación con el tamaño de otros virus. El laboratorio de Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos confirmó que aquello era algo nuevo, y llamaron al virus “Ébola” por un río homónimo situado cerca del lugar en que surgió el brote.
Curiosamente, en el libro antes mencionado, escrito por Piot, se cita de pasada a Muyembe como un científico brillante que le presionaba constantemente para que le enviara recursos con los que investigar en el Congo.
Hoy Muyembe es un héroe nacional en su país, aunque si buscáis información en occidente encontraréis bastante poco, la verdad. Obviamente está dolido con lo sucedido entonces, y considera que la gloria del descubrimiento le fue robada. Eso sí, ha aprendido la lección y también ha logrado pasar a la historia gracias a su reacción durante el segundo brotes de ébola (y los siguientes) que han aparecido en la región.
Suyo es el primer tratamiento funcional contra la enfermedad, logrado inoculando anticuerpos de los primeros supervivientes del brote de 1976 a los enfermos. Puede que no realizara los estudios de doble ciego y con sistema de control a los que estamos acostumbrados en occidente durante aquella emergencia, pero dada la virulencia y mortandad de la enfermedad no perdía nada haciendo la prueba. Funcionó, y fue así como contuvo y controló el segundo brote salvando al 70% de los pacientes.
Y si os digo que aprendió la lección es porque si hoy en día te dedicas a la microbiología y quieres trabajar con las últimas cepas de este mortífero virus hemorrágico no te quedará más remedio que viajar al Congo, donde se ha construido un centro (esta vez sí, con guantes, ratones y microscopios avanzados) al que acuden todos los investigadores de Japón, Europa y Norteamérica interesados en estudiar este terrible patógeno.
Por noticias como esta estoy convencido de que este será el siglo de África.
Recordad su nombre, Jean-Jacques Muyembe, el auténtico héroe tras la historia del virus del ébola.
miércoles, 8 de enero de 2020
HISTORIA DEL DOCTOR CONGOLÉS QUE DESCUBRIÓ EL ÉBOLA Y NO RECIBIÓ EL CRÉDITO DEBIDO
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HISTORIA DE LA MICROBIOLOGÍA