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miércoles, 17 de febrero de 2021

AFIRMAN QUE LA COVID-19 SE TRANSFORMARÁ EN UN RESFRÍO EN MENOS DE 10 AÑOS

12/01/2021 Science El mundo acaba de entrar en una nueva fase de la pandemia de COVID-19 con el inicio de la vacunación masiva, de la que depende buena parte de lo que suceda en los próximos años con el SARS-CoV-2. La mayoría de expertos piensa que el nuevo coronavirus no desaparecerá nunca, pero esto no tiene por qué ser algo malo. Cuando la mayoría de la población esté vacunada, el patógeno comenzará a atenuarse, y producirá una infección asintomática para los adultos y solo un leve catarro en niños, según un estudio reciente. Esta afirmación se basa en un modelo matemático que reproduce la propagación del virus. Expertos independientes especialistas en evolución viral e inmunología respaldan sus conclusiones. El modelo sugiere que esta transformación tardará entre uno y 10 años. El plazo exacto dependerá de lo rápido que se propague el virus y de la velocidad de vacunación. También influye un factor más complejo: durante cuánto tiempo alguien es inmune a la COVID-19 grave después de haberse infectado o haber recibido la vacuna. Lo ideal es que la capacidad de bloquear la enfermedad sea duradera, pero que la capacidad de transmisión sea más corta. Hay un último factor: ¿cuántas infecciones o dosis de vacuna serán necesarias para generar una inmunidad fuerte? Esta transición marcará el paso de un virus pandémico a otro endémico, es decir, que siempre estará presente y podrá causar brotes puntuales sin mucha virulencia. Los científicos asumen que el SARS-CoV-2 es más parecido a los cuatro coronavirus del catarro ya conocidos que a los dos coronavirus más virulentos, el del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) de 2002 y el del síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS) de 2012. Si esto es así, cuando la mayoría de la población esté vacunada, el virus no podrá seguir causando enfermedad grave, pues las vacunas lo impiden. Está por verse si las inmunizaciones también evitan la transmisión del virus, algo menos probable. De esta forma, los únicos que seguirán siendo vírgenes ante el virus serán los niños que vayan naciendo, pero en ellos solo se producirían síntomas leves parecidos a un resfrío. Es lo que sucede ya con los cuatro coronavirus estacionales conocidos. Con base en lo que se sabe del resto de los coronavirus del catarro, los investigadores calculan que la primera infección en niños sucederá entre los tres y cinco años. Los pequeños podrán reinfectarse en años sucesivos, pero los síntomas serían cada vez más leves o inexistentes. Estos resultados refuerzan la importancia de seguir con las medidas de aislamiento hasta que las campañas de vacunación durante esta fase pandémica hayan concluido. Es posible que sea necesario continuar la vacunación en la fase endémica. Una de las claves de este posible futuro está en cuánto dura la inmunidad tras una infección o tras la vacunación. Los autores creen que ambas protegen de la enfermedad grave, pero es posible que no de una reinfección leve, o sea la presencia del virus en el organismo y su posible transmisión. Esa presencia del virus reforzaría las defensas, con lo que la inmunidad acabaría siendo mayor de cara a sucesivas entradas del patógeno. La aparición de variantes más contagiosas, como la del Reino Unido, puede mejorar la situación. Una variante que se extienda más rápido pero que no sea más letal disminuirá la mortalidad. Además reforzaría la inmunidad de la población, pues una infección asintomática fortalecería las defensas. Y por último mantendría el sistema inmune “actualizado” ante las variantes más recientes del virus. Todo esto podría derrumbarse si aparece una variante que cause una enfermedad más grave, lo que supondría un mayor riesgo para todos los no vacunados. Con base en los cuatro coronavirus del catarro, no hay evidencias de que esto pueda pasar. No es imposible, pero no existen pruebas para pensar que es probable. Lo más razonable es que en esta década este virus se vuelva endémico y produzca solo picos estacionales en invierno. En mayo de 2020, un estudio calculó que seguirá habiendo picos de infección por este coronavirus por lo menos hasta 2024. El impacto en la salud pública de este virus disminuirá radicalmente cuando se cumpla una de dos condiciones. La primera es que la inmunidad ante la COVID-19 grave sea duradera y que además sea reforzada a través de reinfecciones leves, porque no hay una inmunidad total. La segunda es que haya una cobertura de la vacuna en las personas de más riesgo, de forma que la mortalidad se reduzca muchísimo. Es probable que lo primero suceda en todo el mundo. Los países desarrollados habrán cubierto la vacunación en seis meses o un año y el resto de países un tiempo después. En cualquier caso el trabajo se basa en otra asunción razonable, pero no probada. El SARSCoV-2 no es el mismo que sus cuatro parientes del catarro y no se sabe cuánto tiempo dura la inmunidad ante la enfermedad grave que produce. Aunque es pura especulación, es posible que las personas mayores no mantengan la inmunidad ante el SARS-CoV-2 de una forma tan efectiva como con los virus del catarro. Los virus o se adaptan y se hacen leves o desaparecen porque se quedan sin susceptibles. Lo lógico es que vaya perdiendo patogenicidad y letalidad. El SARS-CoV-2 es prácticamente imposible de erradicar. No desaparecerá porque siempre podrá encontrar refugio en algunas personas o en animales. Es algo similar a lo que ya sucede con la influenza, cuyo reservorio son las aves salvajes acuáticas y que cada invierno vuelve lo suficientemente cambiado como para que haga falta una vacuna nueva. En ocasiones la influenza es estacional y poco grave y en otras puede ser una variante pandémica, como la que mató a 50 millones de personas en 1918 y 1919. Este coronavirus ya ha demostrado poder saltar de humanos a mascotas y animales de granja, como los visones, y recientemente se han detectado dos gorilas del zoo de San Diego infectados por algún visitante. Además, la vacuna no protege al 100%, así que el SARS-CoV-2 siempre podrá encontrar grietas por las que colarse. Si hay fallas en la vacunación o si se retrasa demasiado la segunda dosis, o si no se llega a darse esa segunda dosis, la protección no es óptima, con lo que la persona infectada puede no sufrir enfermedad, pero sí albergar el virus. Otro posible reservorio son las personas inmunodeprimidas, con unas defensas debilitadas y en las que, tal y como apuntan estudios recientes, el virus puede mutar y ganar cierta resistencia a algunos anticuerpos, las proteínas del sistema inmune que en teoría le impiden entrar en las células para infectar. Es como cuando las personas no toman los antibióticos durante los días prescritos y para a la mitad: está seleccionando los patógenos que sobreviven y que pueden volverse más resistentes a los tratamientos o las vacunas. Otro aspecto muy difícil de predecir es la evolución de este virus. El SARS-CoV-2 muta menos que el virus de la influenza. Esto significa que acumula menos cambios en su genoma cada vez que éste se copia dentro de una célula. Pero hay que tener en cuenta que un solo virus puede producir decenas de miles de copias de sí mismo usando una sola célula humana. Y los humanos tienen billones de células. A esos números hay que sumar el número de infectados en todo el mundo, más de 90 millones confirmados, aunque probablemente sean más. Así que aunque mute poco, tiene millones de oportunidades para hacerlo en cada persona infectada. Hasta ahora, el virus ha evolucionado de forma natural: apenas ha habido tratamientos ni vacunas efectivas contra él. Es ahora cuando empieza una segunda fase de su evolución caracterizada por la presión a la que le someterán las vacunas. Las variantes con mutaciones potencialmente peligrosas como las que se han detectado en el Reino Unido o Sudáfrica van a ser mucho más numerosas en cuanto la vacunación tome velocidad y llegue cada vez a más personas. El virus mutará para intentar escapar al sistema inmune de los vacunados y aparecerán muchas más variantes más complejas. Si el virus llega a cambiar demasiado es posible que haya que modificar las vacunas actuales. Lo observado hasta el momento permite ser moderadamente optimista. Un estudio reciente ha demostrado que la vacuna de BioNTech puede neutralizar la variante británica. La clave está en que la vacuna genera anticuerpos y células de memoria para muchas partes diferentes de la proteína de la espiga (spike), la protuberancia en la superficie del coronavirus que le sirve para unirse a las células humanas, entrar en ellas y secuestrar su maquinaria biológica para reproducirse. Aunque muten una o varias piezas en esa proteína, el sistema inmune seguirá reconociendo al resto y podrá neutralizar al virus. Otro punto de incertidumbre es que el SARS-CoV-2 es más similar genéticamente a los virulentos SARS y MERS que a los del resfrío. Los coronavirus altamente patogénicos se diferencian de los leves en que tienen un mayor número de genes accesorios. Estos genes suelen contribuir a aumentar la virulencia, porque inhiben la respuesta inmune innata, la primera línea de defensa que prepara y promueve la respuesta inmune adaptativa, con anticuerpos, y linfocitos T. Es posible que mientras esos genes sigan en el virus sea más complicado que se convierta en un virus que causa infecciones leves. Es probable que los humanos estemos asistiendo ya al nacimiento de un virus nuevo que nunca se marchará, pero que será infinitamente más llevadero. Aún es imposible saber el destino final de este coronavirus, pero es razonable sugerir que se unirá a los cuatro coronavirus endémicos que nos causan resfríos todos los años. De hecho, es posible que esos coronavirus endémicos también fueran responsables de pestes o plagas de la antigüedad. Epidemias mortales entonces y catarros incómodos ahora. Si la endemicidad es el resultado final para generaciones posteriores, cuanto antes se consiga vacunar a todos los adultos, más vidas se salvarán en esta generación.